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En el reino vegetal, por lo general, no existen órganos específicos encargados de esta función: los productos de desecho de la naturaleza gaseosa, como el anhídrido carbónico producido durante la respiración y el oxígeno derivado de la fotosíntesis, son eliminadas sino simplemente secretadas en el interior del organismo, en vasos y canales de los que pueden salir a través de oportunas incisiones: buen ejemplo de ello son las resinas presentes en la madera y en la corteza de muchas plantas leñosas como los cipreses, los pinos y los abetos; el látex contenido en los tallos de la amapola o en el tronco del árbol del caucho (Hevea brasiliensis), las excreciones sólidas, oleosas y pigmentadas que los humanos han aprendido a utilizar para sus necesidades, obteniendo sustancias y materiales de múltiples usos técnicos y científicos.
Estas sustancias constituyen, además, auténticos mecanismos de defensa para las plantas que las poseen. Así, por ejemplo, las sustancias resinosas que caracterizan a las coníferas (como pinos y abetos) las protegen ante posibles agentes infectantes: en caso de producirse alguna fisura en el tallo, ésta es obturada por la resina, evitando de este modo la entrada de hongos y parásitos e inhibiendo el ataque de los insectos xilófagos. Del mismo modo, el látex, sustancia astringente que caracteriza a la familia de las euforbiáceas, y las sustancias oleosas de las plantas aromáticas (como el espliego, el romero y el tomillo, típicos de ambientes mediterráneos), proporcionan a dichas especies protección ante los herbívoros, haciéndolas menos suculentas.
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