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A nadie le sorprende hoy en día que existan parejas que mantengan el contacto diariamente a pesar de estar separadas por miles de kilómetros de distancia. O que empresarios cierren acuerdos millonarios estando cada uno en una punta distinta del planeta. Y es que la Globalización y los avances tecnológicos se han puesto de acuerdo para seguir el mismo camino.
Los avances de la tecnología y las comunicaciones han favorecido la interrelación entre los países desarrollados y aquellos en vías de desarrollo. Esto ha aumentado la riqueza de forma global. Y no hay vuelta a atrás en este proceso de internacionalización de la economía, a pesar de que algunos lo intenten. Este fenómeno ha hecho que haya cada vez más empresas se suban a este barco de la internacionalización.
Con ello, los directivos se han convertido en “exploradores ávidos de riqueza”. De igual manera que los aventureros españoles partían en busca de El Dorado o la Fuente de la Eterna Juventud, estos directivos persiguen otras maravillas. Nichos de mercado inexplorados, producciones a mitad de coste o crecimientos de dos dígitos, son algunos de los cantos de sirenas para las empresas que buscan la expansión internacional.
Sin embargo, y lamentablemente, muchas de estas empresas fracasan a la hora de convertir el potencial de nuevos mercados en valor para la compañía. La razón principal de este fracaso es que los directivos tienden a suponer que su modelo de negocio se asentará perfectamente en el país de destino. Es decir, que la misma fórmula empleada el mercado doméstico alcanzará niveles similares de rentabilidad, sin tener en cuenta que las diferencias entre los países pueden repercutir negativamente en su negocio.
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