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Como la región de Escandinavia (lugar de origen de los vikingos) es fría, los vikingos aprendían desde temprano a cazar con perros, tirar flechas y luchar con espadas. Las luchas y los desafíos - como escalar rocas - eran una diversión y por eso se convirtieron en buenos guerreros. A medida que iban descendiendo hacia regiones más al sur, en las actuales Francia y Escocia, por ejemplo, se encontraban con los habitantes locales, y en su lucha por dominarlos invadían casas y monasterios. En las costas de las Islas Británicas, los monasterios eran los blancos preferidos, ya desde los primeros ataques a fines del siglo VIII. Además de no estar tan protegidos como las ciudades medievales, guardaban tesoros de la Iglesia Católica y vino, muy apreciado en las regiones frías. Ese “hábito” de atacar monasterios hizo que la Iglesia los tratase como legítimos enviados del infierno, o “bárbaros”.
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