–Padre mío– dijo Atenea a Zeus, padre de todos los dioses –, ayudemos a Ulises a regresar a Ítaca, su reino. Todos los héroes de Troya se hallan en sus hogares.
Únicamente Ulises permanece en la gruta de Calipso, que anhela hacerlo su esposo. ¡No lo olvides, padre!
–Hija mía –respondió Zeus–. ¿Por qué afirmas que he olvidado a Ulises, valiente entre todos los mortales? Es Poseidón quien le guarda rencor porque Ulises dejó ciego un día al cíclope Polifemo
Pero favorezcamos su regreso. Atenea empuñó su brillante lanza de punta de bronce y voló para descender del Olimpo.
¡Hermes, hijo! –llamó por su parte Zeus–. Tú eres mi mensajero. Ve a decirle a Calipso nuestra resolución: ¡que Ulises retorne a su patria!
Ulises estaba acostado a orillas del mar, llorando, cuando Calipso, se acercó al héroe. –No llores más –le dijo Calipso–. Zeus te ha favorecido. Ulises echó su balsa al mar. Diecisiete días navegó atravesando el mar. Fue entonces cuando el poderoso Poseidón vio a Ulises de lejos y se encendió de ira. Echó mano a su tridente, cubrió de nubes la tierra, una enorme ola rompió el mástil y cayó la vela. Pero Ulises permaneció aferrado a las maderas de la balsa y así evitó la muerte. Tras grandes esfuerzos, llegó a la costa; a orillas del mar.
La gente del lugar lo despertó y Ulises contó su historia. Al regresar de la conquista de Troya, Zeus descargó un rayo sobre su nave y fue llevado por los dioses hasta la isla donde habita Calipso. Estuvo allí siete años, pero luego Calipso le dijo que se podía ir. Poseidón hizo que la nave naufragara y las olas lo acercaron al lugar donde se encontraba ahora. Contó, también, que el viento lo había llevado al país de los cíclopes. El hombre que vivía en la gruta era un gigante, un monstruo horrible que no parecía hombre sino bestia. Ulises escapó.
El cíclope se dio cuenta y, furioso, arrancó la cumbre de una montaña y la arrojó delante de su embarcación. Ulises, habiendo estado ausente muchos años, no podía reconocer el suelo de su patria. Se dirigió al palacio convertido en un mendigo. En el palacio estaba su esposa Penélope que no lo reconoció. Pero el perro llamado Argos, que estaba afuera se acercó a Ulises. El héroe lo había dejado muchos años atrás, al partir hacia Troya. Argos estaba tendido y lleno de garrapatas, pero al ver a su amo lo reconoció y movió contento la cola. A Ulises se le escapó una lágrima.
Una criada de Penélope le dijo que su esposo estaba en el palacio y ella bajó a su encuentro. Ulises al verla le dijo: –Penélope, tú y yo hemos sufrido. ¡Oh, Ulises! Los dioses nos cubrieron de desdichas impidiéndonos que disfrutásemos de nuestra juventud. Pero ahora, ¡abraza por fin a tu Penélope! –¡Oh, Penélope! –dijo Ulises–. Todavía nos quedan días felices hasta llegar al fin de nuestras vidas. Atenea, cuando comprendió que Ulises y Penélope habían conversado lo suficiente, permitió que el sueño se apoderara de ellos.
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