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La clase continúa siendo uno de los interrogantes por estudiarse, no solo en cuanto a la enseñanza de la ciencia sino, en general, en cuanto al qué hacer en la escuela. No sobra recalcar que muchos educadores añoran aún aquel sueño de un maestro que magistralmente expone delante de sus estudiantes, expectantes y silenciosos, una clase muy bien preparada, que al final se ilustrará con casos particulares y ejemplos cada vez más complicados. Y es una añoranza porque en general esa no es la clase posible en nuestras instituciones. Podríamos decir que no lo es porque no hemos logrado interesar a los estudiantes (problemas de motivación) o, porque a pesar de los intereses de los estudiantes por la clase, existen otros distractores que son avasalladores (factores asociados). O porque estamos ante una juventud a la que no le interesa nada. Sin embargo, es probable que una clase de tal tipo sea un sueño imposible por otras razones. Ya hace más de cincuenta años, nos cuenta von Foester1, Alex Bavelas mostró cómo al comparar dos grupos de trabajo, uno “frontal” (en estrella) y otro con conexiones internas (circular), se encontraba que aunque el rendimiento era similar en los dos, las relaciones y el gusto por el trabajo eran mucho mejores en el segundo, se encontró también una interesante satisfacción democrática que se derivaba en el segundo grupo, de haber tenido en cuenta los puntos de vista de todos. Podría pensarse también que una situación frontal es la expresión inequívoca de una relación de poder y de autoridad poco satisfactoria para estudiantes proclives a otras formas de aprendizaje y de relación. En este escrito queremos plantear ciertas maneras de mirar el problema, derivadas de la antropología.
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