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A una diestra cocinera
vio matar pollos un día
un Mono, y dijo: Yo haría
lo mismo. ¡Bah! ¡Qué friolera!
¡A matador me dedico
desde hoy; con ardor empiezo!
Clamó, y le torció el pescuezo ...
¿A quién? Al pobre perico
Sábelo el Amo, y al punto,
por la cólera cegado,
azotó al Mono a tal grado,
que lo dejó por difunto.
¡Oh Mono infeliz! ¡Qué caras
pagaste tus fechorías!
Mas ¿por qué te rneterías
en camisa de once varas?
***
Para no sufrir la pena
del Mono, sé cauteloso:
Recuerda que es peligroso
practicar función ajena.
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