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ESPIRITUS Y GENIECILLOS
Hasta llegar a fiarse por completo de Yahvé, como única y poderosa deidad, los hebreos utilizaron a la hora de conocer la voluntad de espíritus y geniecillos que animaban el mundo no sólo la magia sino, también, otras formas tradicionales muy extendidas entre la población. Sin embargo, el clero judío luchaba por todos los medios contra este tipo de manifestaciones y, bajo ningún concepto, aceptaban la magia, la cual consideraban propia de pueblos paganos.
Aunque, en ocasiones, la voluntad de los espíritus, así como sus exigencias a los mortales, se conocían por métodos adivinatorios muy populares. Entre éstos sobresalen los célebres dados que se guardaban en una especie de cofrecillo llamado "efod". La interpretación del significado de los dados, una vez lanzados, estaba considerada como un arte reservada a magos y adivinos.
También hubo ocasiones en las que se veneró a un becerro de oro, pues el toro se consideraba como la personificación de ciertas deidades que formaban traídas sagradas entre sí. Se trataba, en realidad de una especie de totem que protegía a la tribu que lo invocara. Aunque, en principio, pareciera que lo antedicho guarda cierto paralelismo con el mítico buey Apis de las leyendas egipcias, en realidad tienen muy poco en común, ya que estos últimos asociaban al animal -que veneraban vivo- a una de las dos luminarias, concretamente a la Luna.
Otro aspecto importante a señalar, entre la población hebrea, era el rito del "nazareno". Todo surgía, por mor de la exigencia de pureza, por la necesidad de evitar cualquier contacto con todo aquello que pudiera considerarse impuro. En tal sentido, gran número de personas decidían retirarse y vivir en soledad. Según relata el "Libro de los Números", algunas personas hacían votos de "nazir" o nazareno ("nazareno" significa separado, consagrado), y se apartaban de la sociedad, y olvidaban a su propia familia y a sus íntimos; se rapaban la cabeza y no bebían ninguna bebida alcohólica.
"PUEBLO ELEGIDO"
Aunque Saúl siempre salía victorioso de todas sus batallas, sin embargo, en un aciago día, fue derrotado en la gran llanura de Jezrael por los certeros arqueros filisteos, quienes clavaron sus flechas mortíferas en el cuerpo exánime de Saúl y, como sangriento colofón, lo colgaron en las paredes de uno de los templos que habían erigido en honor de la diosa Venus. Una gran ironía, por lo demás, puesto que en el templo de la diosa del amor se exhibe el cuerpo de un hombre, producto del odio entre unos y otros.
Entonces, es ungido David como rey, un hijo de Saúl, quien conquista la mítica ciudad de Jerusalén y la convierte en capital política y religiosa de los hebreos, al tiempo que deposita en ella el Arca de la Alianza, que constituirá el dato -cargado de connotaciones simbólicas- que muestra fehacientemente el pacto llevado a cabo entre los hebreos, desde entonces transformados en "pueblo elegido", y el poderoso dios Yahvé.
ARCA DE LA ALIANZA
David, ante todo, fue reconocido como el rey de la unificación pues preconizó la unión entre Judea e Israel. Se proveyó, además, de mercenarios y logró, así, conquistar muchas de las ciudades-estado de los pueblos cananeos limítrofes, con lo que vio ensanchados sus territorios originales considerablemente.
Para trasladar el Arca de la Alianza -que contenía las "Tablas de Piedra", con la ley de Yahvé grabada en ellas- hasta Jerusalén, se contrataron los servicios de la carreta de Uzzá, quien condujo los bueyes durante el trayecto hasta que, por haber intentado sujetar el Arca -que iba dando tumbos a causa del mal estado del camino- para que no se cayera, fue herido como por ensalmo por un rayo de Yahvé. Y es que el Arca sólo podía ser tocada por familias privilegiadas y por sacerdotes. Mas, a raíz del incidente relatado, hasta el mismo David temió la ira de Yahvé y, para implorar la clemencia del airado dios, ordenó que cada cierto trecho, se hiciera un alto en el camino, se depositara el Arca en tierra y se sacrificara, en honor de Yahvé, "un buey y un carnero cebado".
Después de David, gobierna Israel un rey sabio y comprensivo para con sus súbditos: se trata de su hijo Salomón. Este, aunque era un buen diplomático no tenía, en cambio, las dotes guerreras de su padre y, por lo mismo, "no pudo evitar la pérdida de territorios como el de los edomitas, provenientes de la estirpe de Edom, que había sobrevivido a la matanza llevada a cabo por el jefe del ejército de David y cuyo representante, Hadad, había conseguido huir: éste se refugió con algunos hombres edomitas en Egipto y fue protegido por el Faraón de forma especial, hasta el punto que le dio por mujer a una de sus hermanas. Hadad fue adversario de Israel durante todo el reinado de Salomón."