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Ese único cuerpo, vistiendo un colectivo andino y campesino relata; asimismo, un espiral sin final determinado en condiciones de cierto desprecio para la mayoría: la de un insecto. Esa individualidad que reúne simultáneamente a cincuenta personas como un Pachacchaki o ciempiés, está sujeta: del mismo modo, a la decisión arbitraria de quien encabeza al grupo (a manera de un caudillo), evidenciando la relatividad de cualquier decisión en la que un error tiene efectos de derribamiento dominó y en la que un acierto es más bien un triunfo de regocijo comunitario.
Ahora bien, ¿qué supone ese riesgo entre el acierto y el error cuando es inclusivo o excluyente el nosotros?
“Reptar hacia el sinsentido”, me ha inducido a ser parte de un tejido de nubes, aquellas que se encuentran todas las mañanas por debajo del pueblo de Patabamba. Precisamente, en contradicción con lo escrito (…y en las nubes…) el Pachacchaki es, ante todo, un puro visualismo. Una línea libre por las montañas, un concentrado amarillo de pétalos de kisuar, lana de oveja y hermanas y hermanos patabambinos en caminata festiva por las cumbres andinas. Reitero, festiva.
Siento el viento y creo que empiezo a comprender la frase de José María Arguedas: “igual vemos, distinto entendemos”. En el Perú, el pensamiento cambia invariablemente a partir de los 3,500 msnm…
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