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Impacto ambiental del consumo de carnes rojas
La gran ingesta de productos cárnicos, que no para de crecer, genera graves impactos ambientales. Comer carne deja huella. Concretamente, en forma de impactos ambientales. El informe publicado por la OMS, en el que vinculaba consumo excesivo de carne con un mayor riesgo de contraer cáncer, ha puesto el foco sobre un problema solapado. El consumo excesivo de carne no solo afecta a la salud de las personas sino que también perjudica al medio ambiente.
Durante milenios la alimentación de la humanidad fue principalmente vegetariana, hasta que sociedades cada vez más ricas se pusieron a comer animales. Sin embargo, este tipo de consumo es un lujo. La alerta de la OMS es una llamada de atención al creciente consumo de carnes.
Existen variables medioambientales que limitan la producción de carne a escala global: la superficie que ocupa la zona de pastos; el agua que se consume, tanto por parte de los animales como en el proceso de producción; los gases de efecto invernadero provocados por las flatulencias de las vacas —actualmente, un 14,5% de los que se emiten a la atmósfera, según la FAO—, y la energía necesaria durante el proceso. Actualmente, gran parte de la población del mundo todavía no consume ni productos cárnicos ni lácteos, pero a medida que mejoran las condiciones socioeconómicas de los países en desarrollo, la demanda de estos productos crece, poniendo en jaque los recursos ambientales de la Tierra. Para que una vaca produzca un kilo de proteína, debe consumir entre 10 y 16 kilos de cereales y los cerdos requieren 4 kilos.
Producir carne es muy costoso y sería más efectivo alimentar personas con los cereales que se destinan al engorde del ganado. El cereal es solo una parte de la huella ecológica (los impactos que cualquier actividad produce en el medio ambiente) de la industria cárnica. El agua es otro de los factores limitantes: mientras que para cultivar un kilo de maíz se necesitan 1.500 litros de agua, uno de carne se bebe 15.000 litros de este líquido.
El problema no es tanto el consumo de carne sino el abuso. Diversos investigadores españoles destacan que: “Si España volviera a la dieta mediterránea, no solo los ciudadanos tendrían mejor salud sino que las emisiones de gases de efecto invernadero asociadas a la producción de alimentos bajarían un 72%; el uso de tierras agrícolas se reduciría un 58%; la energía requerida disminuiría un 52%, y el agua necesaria bajaría un 33%”, concluye su estudio. Si, por el contrario, los españoles tendieran a comer al estilo estadounidense, el país más carnívoro en el último medio siglo, todos los impactos ambientales valorados crecerían entre un 12% y un 72%. “El modelo de Estados Unidos produce seis veces más gases de efecto invernadero que el mediterráneo. Y el doble que la dieta actual de los españoles”, concluye el catedrático Serra-Majem.
En resumen, el consumo excesivo de carnes acapara recursos que se podrían repartir. Si el consumo sigue aumentando en los próximos años podemos contribuir a un agotamiento de los recursos y que el planeta diga basta. Por tanto, usemos el sentido común y hagamos un consumo moderado y racional de la carne que nos ayude a conservar nuestro legado y al mismo tiempo cuidar nuestra salud.
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