Por que los estados que se basan en el monopolio de la violencia física legítima son estados de derecho ?
Respuestas
Respuesta:
LA ATRIBUCIÓN al Estado, como uno de sus rasgos definitorios, del «monopolio legítimo de la violencia» posee un contenido conceptual más riguroso que los aparatosos términos que lo expresan. Significa, por un lado, que el poder público, al recabar para sí en exclusiva el ejercicio de la fuerza, prohíbe a los diversos grupos que compiten dentro de la sociedad civil la utilización de las armas y de los medios coercitivos. Pero también quiere decir, por otro lado, que ese monopolio de la violencia el Estado lo recibe de la sociedad y debe ejercitarlo de acuerdo con las eyes y respetando los derechos inalienables del ser hu mano y las libertades políticas de los ciudadanos.
Explicación:
“Estado es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio (el “territorio” es elemento distintivo), reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima. Lo específico de nuestro tiempo es que a todas las demás asociaciones e individuos sólo se les concede el derecho a la violencia física en la medida en que el Estado lo permite. El Estado es la única fuente del “derecho” a la violencia.”
Weber, Max; La política como vocación;
Alianza Editorial 2009, trad. Francisco Rubio Llorente; pp. 83-84.
La relación estrecha entre violencia y Estado que supo ver Weber a principios del siglo XX ha influido en la sociología y la teoría del Estado actual. Aquellos que desconocen el pensamiento del sociólogo alemán pueden entender que el autor pretendía denostar o criticar al Estado subrayando esa relación, pero nada más lejos de la realidad.
El Estado se puede definir de muchas maneras, sin embargo, la menos ambigua es aquella que lo define por su medio específico: la violencia. Hoy se nos educa en la idea de que la violencia es mala per se, pero eso es algo francamente contradictorio: el Estado que sufraga campañas a favor de la paz vende y posee más armas que el conjunto de la ciudadanía. El Estado, cualquier Estado, intenta deslegitimar la violencia ajena a sí mismo, pero en ningún caso deja de hacer uso de la violencia para autosustentarse.
El grupo criminal que usa la violencia y el Estado se distinguen porque el grupo criminal usa la violencia sin que pueda reclamar con éxito el monopolio de tal uso, el Estado sí. Por ejemplo, si un grupo terrorista exige a un ciudadano un impuesto revolucionario, el ciudadano se puede oponer y sufrir la violencia de esa organización; no obstante, esa violencia es considerada criminal y es perseguida. Se muestra diáfanamente que el grupo terrorista no posee tal monopolio porque debe “ejecutar” su violencia de espaldas al poder legítimo y, además, existe un cuerpo de leyes que exigirá que esa violencia sea juzgada y reprimida. Por contra, si el Estado reclama a alguien una cierta cantidad de dinero (impuestos) y el ciudadano se opone, el Estado ejercerá impunemente, o mejor dicho, legalmente la violencia sobre él (cárcel, incautación de propiedades, pérdida de derechos civiles…).
Aunque hoy nos resulte políticamente incorrecta, la afirmación de que la violencia legítima es el medio específico del Estado es una idea común en la sociología actual y que se considera, casi paradigmáticamente, como cierta. Pero esta afirmación nos plantea nuevas preguntas ¿Cómo legitima el Estado su violencia? ¿Es posible un orden social sin un grupo o grupos que ejerzan la “violencia física legítima”? Para que el lector las responda dejo un clásico fragmento de Agustín de Hipona rico en sugerencias:
“Con toda finura y profundidad le respondió al célebre Alejandro Magno un pirata caído prisionero. El rey en persona le preguntó: “¿Qué te parece tener el mar sometido a pillaje?”. “Lo mismo que a ti – respondió- el tener el mundo entero. Sólo que a mí, como trabajo en una ruin galera, me llaman bandido, y a ti, por hacerlo con toda una flota, te llaman emperador”.
Agustín de Hipona; La Ciudad de Dios;
Tecnos 2007; trad. de Santos Santamarta y Miguel Fuentes; p.181.
(la anécdota también se encuentra en la obra de Cicerón De republica, 3, 14)