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El vestido es nuestro modo de presencia ante las demás personas. Es el mensaje con el que abrimos nuestra comunicación, el marco en que queremos encuadrar nuestras ideas, aspectos y palabras.
El vestido exterioriza nuestras preferencias, gustos, generosidad, condición social y en muchos casos la ocupación laboral. Con nuestros vestidos salimos del ámbito de lo estrictamente privado o íntimo. Es que además el vestido nos inscribe en determinado grupo de personas. El medico en su consultorio no sólo esta manifestando su profesión sino también el hecho de que pertenece a un “gremio” —grupo de personas que ejercen una determinada función en la sociedad—.
En la Iglesia —que desde una perspectiva es sociedad de personas humanas— podemos decir que hay dos tipos de vestidos: los habituales y los celebrativos.
Los habituales son aquellos que acompañan toda la jornada, como por ejemplo la sotana, o el hábito en los religiosos. Los celebrativos son propios de los momentos litúrgicos de la comunidad; es el caso de los roquetes de los acólitos, las casullas de los sacerdotes o las cogullas de los monjes.