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OPINIÓN
Sábado, 24 de mayo de 2014 | Edición impresa
Conflictos de autoridad en el Río de la Plata en vísperas de la Revolución
Conflictos de autoridad en el Río de la Plata en vísperas de la Revolución
Por Por Beatriz Bragoni - Historiadora. Conicet. UNCuyo
En 1782 los ecos de las rebeliones altoperuanas condujeron al virrey Vértiz a instruir un proceso judicial en la ciudad de Mendoza con el objeto de obtener evidencias firmes de la denuncia presentada en Buenos Aires sobre la supuesta quema de la efigie del rey Carlos III por parte de un puñado de vecinos de la ciudad recientemente integrada a la jurisdicción del flamante virreinato del Río de la Plata, y que desde su fundación (1561) había dependido del reino de Chile.
El suceso no había pasado desapercibido para la autoridad local: para entonces, el corregidor creyó necesario convocar a un cabildo abierto a los efectos de dirigir la investigación en cuanto comprometía a vecinos distinguidos de la ciudad "en atención al movimiento susurro e inquietud en que se hallava este Pueblo por una voz popular en que se dezía que muchos de los vezinos se hallavan comprehendidos o complices en la falta de obediencia onestidad o recato y pureza con que se debe proceder en las regias disposiciones y Leyes del Soberano".
Según las fuentes, el suceso había tenido lugar en el curso del año anterior, cuando el antiguo corregidor de Cuyo, don Francisco de Videla y Aguiar, había instigado en la calle a seguir el ejemplo de los comuneros neogranadinos, y la vigorosa acción política liderada por Tupac Amarú en el Cusco.
El episodio, rotulado de delito de lesa majestad, había consistido en el rumor que ante la ausencia de un retrato o estampa de Carlos III, Videla y sus secuaces habían quemado la efigie del rey acuñada en una moneda, y había elevado su voz en la calle diciendo: "qué hazemos que no nos levantamos".
Si bien, el acusado, Videla y Aguiar (conocido con el nombre de Chachingo) no vertió ningún testimonio capaz de representar una verdadera confesión del delito de lesa majestad por el que fue recluido y sometido a instrucción judicial, lo cierto es que todos los testimonios que integran el expediente lo señalan como responsable de haber intentado crear opinión entre un ramillete de vecinos beneméritos de la ciudad que incluía, entre otros, al administrador de correos y algunos de sus subalternos para desafiar a las autoridades de su Majestad Católica después de haber celebrado en la calle las aspiraciones de los tupamaros.
La sigilosa pesquisa llevada a cabo por el comandante de fronteras, Francisco de Amigorena, no sólo suministró los nombres de los implicados en el eventual convite sino también señalaba que el episodio había tenido como epicentro una pulpería y tienda y que su dependiente era uno de los cómplices del principal sospechoso de la intriga.
Explicación:
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La hice yo con mis palabras