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Mañana iré a encontrarme con mi destino. Lo haré sin temor alguno, como corresponde a una persona de coraje. Tomaré el colectivo para dirigirme a la empresa que publicó el aviso de trabajo que tanto necesito. Me sentaré en uno de los asientos de a uno, junto a la ventanilla, como suelo hacerlo. Me quedaré irremediablemente dormido. Un hilo de baba caerá sobre mi saco para desagrado de todos los presentes. Me despertaré y trataré de limpiarlo con el pañuelo. No sé si lo lograré.
Llegaré al inmenso edificio, que tendrá un amplio hall de entrada, intimidante. Me anunciaré a la recepcionista, me dirá que aguarde a ser autorizado. Estaré nervioso, inquieto, durante todo el tiempo que dure la espera. Trataré de no arrugar el traje que tanto me costó comprar. Me arreglaré la corbata innumerables veces. La recepcionista me llamará por mi nombre. Me dirá que me dirija al piso catorce y pregunte por el sr. García. Me dirigiré al ascensor con paso decidido. El aroma de diferentes perfumes, lociones, tabaco, sudor que inundarán el reducido espacio me mareará un poco.
El sr. García me recibirá con un firme apretón de manos. Entraremos a su oficina. Llamará a su secretaria para pedir café. Yo declinaré la oferta amablemente. El sr. García me pedirá que le entregue mi currículum. Se lo daré. Lo leerá con gesto adusto, haciendo leves movimientos de cabeza. Lo observaré tratando de adivinar sus pensamientos. Él arrojará el currículum sobre el escritorio. Me preguntará por mis estudios, mis experiencias anteriores, mis referencias. Yo trataré de hablar calmadamente, de expresarme con la mayor corrección, sin exaltar demasiado mis condiciones, sin disminuir mis aptitudes.
Se producirá un embarazoso silencio. El sr. García deliberará acerca de lo conversado. En un momento moverá la cabeza hacia ambos lados. Me dirá que estoy sobre calificado para ese puesto, que no podrá dármelo, que de seguro me buscaré algo acorde con mis aptitudes y renunciaré a los pocos meses. Le aseguraré que no. Me asegurará que sí. Me dirá que lo siente. Le ofreceré rebajar el salario por un tiempo para que lo reconsidere. Me dirá que no es posible ocupar un puesto de trabajo conmigo, que buscan gente más joven para esa posición. No podré soportar semejante humillación, semejante golpe a mi autoestima. Me invitará a retirarme. Me dirá que me tendrá en cuenta para otras búsquedas. Al abandonar la oficina pareceré unos años más viejo.
Saldré del edificio derrotado. Miraré al cielo. Preguntaré porqué debo encontrarme en esa situación después de tantos años. No se dibujará ninguna respuesta en el firmamento. Mis pasos cansados me llevarán hasta el subte. Me pararé en la plataforma, cerca del borde. Veré las luces que se acercan en la oscuridad del túnel. Serán como un poderoso imán que me impulsará a cometer una locura. El desaliento ganará la partida. Me diré que no es justo ser tratado como un desecho humano. Cerraré los ojos y me dejaré llevar. En el último instante pensaré que ya no había futuro posible, que allí se estaría escribiendo la última página en el libro de mi vida, el último capítulo de mi historia personal.
Pensándolo bien, sería conveniente que mañana me quede en casa.
Explicación:
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