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1. La propia guerra es una actividad económica . Requiere grandes inversiones, mucha fuerza de trabajo, industrias de vanguardia, financiación a largo plazo… La guerra no se improvisa, sino que necesita una planificación que implica gestión económica especializada y recursos materiales tan gigantescos como firme sea la voluntad de victoria. Como decía Napoleón, la guerra es “dinero, dinero y dinero”.
La guerra es inflacionaria porque implica el fortalecimiento de industrias de demanda asegurada que tienen capacidad para subir los precios de sus productos. Al mismo tiempo, genera un aumento coyuntural de la actividad económica pero, al estar ligada a sectores de menor efecto multiplicador, realmente improductivos y con menos capacidad de creación de riqueza efectiva, a la postre deprime la vida económica. Lo que tiene que ver, a su vez, con la destrucción que siempre conlleva y con la derivación de las inversiones hacia los activos más seguros pero improductivos.
La guerra tiene costes explícitos que están vinculados a la destrucción, a la obtención del armamento y de todo lo que es necesario para llevarla a cabo y también derivados de las nuevas condiciones productivas que genera.
Pero además lleva consigo coste implícitos que los economistas llamamos costes de oportunidad y que son los que equivalen a la renuncia a conseguir otros objetivos alternativos.
2. La crisis de 1929. El 23 de octubre de ese año tuvo lugar una fuerte bajada en la Bolsa de Nueva York. El día siguiente, el 24 (el llamado Jueves negro), la gente empezó a agobiarse y acudió en masa a la sede de la Bolsa La bolsa siguió bajando y bajando y llegó a los niveles de antes de la burbuja.
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