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1978. A casi dos años de que la economía mexicana flotara en el epicentro de la crisis, se han aplicado para reanimarla diversas medidas de emergencia “recomendadas” por el Fondo Monetario Internacional. Los representantes empresariales no ocultan su alegría por la adopción de esas recomendaciones: austeridad salarial, liberación de precios, relativo freno a la tasa de inflación. Los trabajadores por su parte, a lo largo de un año de contracción económica, han descubierto que no son los salarios la única causa de la alza de precios y que su nivel de vida sigue deteriorándose. El descontento agudiza las presiones sociales, el desempleo crece, los campesinos insisten en la ocupación de tierras. El fin de la crisis no está a la vista y su rostro amenazante precipita las recriminaciones y obtiene desahogos señalando culpables. La inculpación más generalizada, y la más superficial, reconoce el origen escueto de la crisis en la política del sexenio pasado -más particularmente: en el estilo personal de gobernar” del entonces presidente de la república, Luis Echeverría. La acusación se fortalece en la “opinión pública” porque los momentos estelares de la crisis se presentaron durante ese período de gobierno: la inflación, que aparece dramáticamente a mediados del sexenio; la devaluación del peso, ocurrida meses antes de que concluyera. Esta forma simplista de repartir las culpas tiene una doble utilidad política: libera de la responsabilidad a las instituciones y vacuna contra la tentación de incurrir de nuevo en medidas “demagógicas y populistas” que tan seriamente preocuparon al sector patronal.
Pero el asunto dista de ser tan sencillo, sobre todo ahora cuando, erradicada la supuesta causa del caos, la enfermedad continúa y aún se agrava. Conviene pues regresar analíticamente sobre interpretaciones más elaboradas de la crisis que están lejos de ser meras discusiones académicas; extienden su influencia hasta la esfera de las decisiones gubernamentales y libran ahí una lucha política enconada. Un ejemplo culminante: las renuncias de los secretarios de Hacienda y Programación y Presupuesto, Julio Rodolfo Moctezuma y Carlos Tello Macías en diciemhre de 1977. “Es necesario promover la producción y el empleo y rectificar la política contraccionista instrumentada por las autoridades hacendarias, apoyadas por el Fondo Monetario Internacional”, escribió Carlos Tello en su renuncia, aludiendo nítidamente al centro de la divergencia. A una política de recesión global de la economía, la tendencia sostenida por Tello enfrentó una política de empleo y producción, la concepción del presupuesto como instrumento de una expansión económica dirigida por la inversión pública, no como instrumento de una política monetaria y financiera destinada a “programar” la “austeridad”: el aumento del desempleo y la contracción de la economía.
La prensa y los medios de difusión sólo registraron los ecos externos de esta lucha sorda. Lo que aquí se intenta exponer, aunque sea esquemáticamente, es el cuerpo teórico y las implicaciones políticas de ambas corrientes. La primera reconoce en la crisis un momento necesario, cíclico, del desarrollo capitalista y elige como opción de política económica un programa de reformas básicas -entre ellas, la intervención del Estado como regulador del proceso económico- que permita atenuar los efectos sociales más nocivos de la coyuntura: se trata de expander la inversión pública para elevar la producción y generar más empleos, aunque la medida suponga ciertos riesgos inflacionarios, el aumento del déficit presupuestal y la emisión moderada de moneda. La segunda encuentra las causas de la crisis en la presencia de elementos perturbadores -fundamentalmente crediticios y monetarios que podrán sujetarse a control técnico, y elige como opción de política económica la reduccion del gasto, los salarios, el crédito y el ajuste “natural” de la economía según su comportamiento más o menos libre.
(se que es mucho pero espero que te sirva ♡)