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El término griego arché (o arjé) se traduce al castellano como principio. Este concepto tiene mucha importancia en la filosofía presocrática puesto que una de las más importantes preocupaciones de los primeros filósofos fue la investigación del arché o elemento del que se componen todas las cosas. Como habitualmente se señala, los presocráticos concebían el arché al menos con las siguientes características:
principio temporal: realidad situada en el principio de los tiempos, a partir de la cual se generó todo lo existente;
constitutivo último de lo real: elemento que se encuentra en todas las cosas, por tanto común a todas ellas; es constitutivo “último” porque no se encuentra en la “superficie” de las cosas, en lo visible o experimentable por los sentidos: por ejemplo, podríamos objetar a la tesis de Tales según la cual el agua es el arché que el árbol que veo no es agua, no tiene el aspecto del agua, a lo que Tales argumentaría que, más allá de las apariencias, el agua es el fundamento de su existencia, ya que sin ella el árbol no viviría, por lo que de alguna manera debe estar presente en el árbol para que éste viva;
elemento que determina el ser propio de cada ente: las características y procesos a los que está sometido todo objeto están determinadas por el principio del cual está compuesto. Así, por ejemplo, si los principios son el aire, el agua, la tierra y el fuego, como indica Empédocles, el ser y comportamiento de un objeto estará determinado por la diferencia en la composición de estos elementos, es decir, el cuerpo A tendrá propiedades distintas al cuerpo B si A está compuesto fundamentalmente de tierra y B de fuego.