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Sin embargo, etiquetar tiene un peligro cuando confundimos juicios con hechos. Hay que ser consciente que las etiquetas que ponemos a las personas calificándolas de una determinada forma, son juicios y, como tales, nunca son ciertos o falsos, si no que los juicios están bien o mal fundamentados (¿Saber diferenciar hechos de opiniones?). Esto muchas veces se olvida porque los juicios raras veces se desmienten por la sencilla razón que, al poner etiquetas a las personas actuamos con ellas de una manera que contribuye a potenciar la conducta que pretendemos evitar y que, por lo tanto, nos confirma nuestro diagnóstico. Por lo tanto se convierten en nuestras “verdades incuestionable
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