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La enorme superficie que cubren las selvas y los bosques en México le brindan, además de una variada gama de servicios ambientales, un gran potencial para el aprovechamiento de sus recursos forestales. Los bosques y selvas protegen el suelo contra la erosión, propician el mantenimiento de su fertilidad, garantizan el volumen y la calidad del agua captada en las cuencas, preservan la biodiversidad y propician la estabilidad climática a niveles regional y global (Conabio, 1998; Matthews et al., 2000; SCBD, 2001a; Groombridge y Jenkins, 2002; Stephano et al, 2003; McCauley, 2006). Las zonas forestales también sirven como espacios para la recreación y el turismo, la educación y el conocimiento científico, además del enorme valor cultural y espiritual que tienen para muchos grupos humanos en el mundo. Sin embargo, el aporte más tangible a la sociedad es la diversidad de bienes que se explotan en ellos: por un lado, los productos maderables, que básicamente consideran la madera para la producción de escuadría (tablas, tablones, vigas y materiales de empaque), papel, chapa, triplay y para la generación de energía, a través de la quema de leña (Semarnat, 2009; FAO, 2006). Por otro lado, se encuentran los productos no maderables, un conjunto vasto que incluye tierra de monte, resinas, fibras, ceras, frutos y plantas vivas, entre muchos otros (SCBD, 2001b; Semarnat, 2009).
A nivel mundial, la producción de madera en 2005 fue dominada por Estados Unidos (18% del volumen total), seguido por Brasil (10%), Canadá (7%), la Federación de Rusia (6%) y China (4%) para contabilizar el 45.5% de la total en ese año (FAO, 2006). Mientras tanto, la aportación mexicana fue de tan sólo el 0.2 % del total mundial ese año (Semarnat, 2009).
Desafortunadamente, la riqueza forestal de muchos países en el mundo, incluido México, se encuentra en serio riesgo. A nivel mundial, entre 1990 y 2000 se perdieron anualmente cerca de 9 millones de hectáreas de cubierta forestal, a una tasa anual del 0.2% (FAO, 2005), que se tradujo en la pérdida irreversible de muchos de los servicios ambientales y de valiosos recursos forestales críticos por su importancia socioeconómica. Aunque el ritmo neto de pérdida ha disminuido para el período 2000-2005, la pérdida sigue siendo alta, pues se calcula en 7.3 millones de hectáreas anuales (0.18% anual) (FAO, 2007a).
Aunado a ello, no sólo se ha reducido la extensión de la cubierta forestal, sino también su calidad: se estima que tan sólo 40% de la cubierta forestal del planeta tiene un nivel reducido de perturbación (Bryant et al., 1997) y se concentra en los bosques boreales de Canadá, Alaska y Rusia, los bosques tropicales de la Guyana y la cuenca amazónica, y áreas reducidas en África Central y Papua Nueva Guinea (Mathews et al., 2000). Los factores que inciden en la pérdida de la cubierta forestal y, por ende, de los recursos forestales son complejos. Sin embargo, se reconocen como las principales presiones la conversión de las tierras forestales a otros usos (agrícolas, ganaderos o urbanos), la extracción tanto legal como ilícita de productos forestales (maderables y no maderables), los incendios, las plagas y las enfermedades forestales (Matthews et al., 2000; SCBD, 2001a; PNUMA, 2003; PNUMA, 2004).
El reconocimiento de esta problemática ha generado una creciente preocupación mundial respecto al impacto de las actividades humanas sobre el estado de los recursos forestales y, con ello, se han desarrollado estrategias que permitan la recuperación y el aprovechamiento sustentable . En esta última línea deben también destacarse los esfuerzos en materia de sanidad forestal, a través del diagnóstico y tratamiento de las zonas con problemas de plagas y enfermedades forestales, y aquéllos de inspección y vigilancia conducidos por la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa), encaminados al cumplimiento de la normatividad en materia de los recursos forestales (Profepa, 2009). Existen además otros programas (e. g., Programa de Servicios Ambientales Hidrológicos, PSAH, y el Programa para desarrollar el mercado de servicios ambientales por captura de carbono y los derivados de la biodiversidad y para fomentar el establecimiento y mejoramiento de sistemas agroforestales, PSA-CABSA) (Conafor, 2006d), los cuales, a pesar de no buscar un aprovechamiento directo de los recursos forestales, promueven la protección de las zonas forestales del país y, por consiguiente, de los servicios ambientales que brindan. Los indicadores referentes a esta última línea se presentan dentro de los capítulos de Agua y Biodiversidad.
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