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Durante la crisis económica de 1929 miles de personas se quedaron sin empleo y terminaron por suicidarse. Se suicidaron en parte por no tener trabajo, pero, sobre todo, por creer que ellos eran los responsables de su desgracia. Presentían haber sido despedidos por no haberse esforzado lo suficiente y creyeron que no encontraban trabajo porque poseían algún defecto. Lo cierto es que el problema no era ni su falta de voluntad ni sus deficiencias personales: la culpa era del sistema económico que no generó suficientes empleos para todos, pero eso no lo sabían quienes se suicidaron.
Quienes perdieron su empleo en 1929 cayeron en un error que les costó la vida. Confundieron un problema privado –estar desempleado– con un asunto público –una crisis económica–.
Un problema privado ocurre cuando unos cuantos comparten la misma situación. Es cuando, por ejemplo, se está desempleado en un país donde hay mucho empleo. Un asunto público afecta a muchos y tiene que ver con la organización de nuestra sociedad y de sus instituciones. Es cuando se está desempleado en un país donde hay efectivamente poco empleo.
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