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A partir de 1980 empezó a verse el comienzo de un final ya anunciado. Las políticas económicas que iban tras el ideal de “achicar el estado agrandar la Nación” generaban cada vez más rechazo en una población que volvía, aun tímidamente, a debatir, movilizarse y mostrar el descontento de la clase trabajadora. Recordemos que en el transcurso de esta última dictadura los grupos guerrilleros como ERP o Montoneros habían sido derrotados y los partidos políticos (salvo el Partido Comunista que siguiendo la lógica de la Urss veían al “Proceso de Reorganización Nacional” como un aliado del primer estado obrero, ya burocratizado) habían sido proscriptos.
En este mismo año las importaciones crecieron en un 30% mientras las exportaciones bajaron un 20%. El periodo de la “Plata Dulce”, momento donde los argentinos pudientes viajaban al exterior y volvían con sus valijas llenas de productos electrónicos. Donde se había consolidado la especulación financiera, debido a que las devaluaciones de la moneda podían conocerse con 8 meses de anticipación. Donde el estado alentaba a las empresas a tomar créditos a tasas bajas que ofrecía el mercado de divisivas en la época de los petrodólares. Empresas, gran parte de ellas entidades bancarias, que con la “Ley de Entidades Financieras” no corrían riesgo si quebraban ya que el estado se haría cargo de su deuda. Periodo que tuvo su abrupto final con una devaluación del 38% del valor del peso ante el dólar en 1981, el cierre de importantes financieras, la caída de la producción industrial y la inflación que pasaba de un del 87.6% en 1980 al 131.3% en 1981 y al 209.7% en 1982.
Cuando el proyecto de la burguesía nacional e internacional se tambaleaba abruptamente, el gobierno dictatorial realiza el acto de salvataje más burdo y que mayor costo político, sin hablar de los centenares de muertos, les dejaría. La guerra por las Islas Malvinas, que inicia con el desembarco de las tropas argentinas el de junio de 1982.