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El miedo se apodera de muchos de nosotros, de muchas familias y de nuestras casas. ¿Hace cuánto no sentíamos este miedo? ¿Hace cuánto no reflexionábamos sobre la cercanía invisible de la muerte? Todas estas preguntas nos hacen pensar sobre cuál sería nuestro legado para la humanidad, para nuestra familia y amigos. ¿Qué le dejaríamos a este mundo efímero, casi virtual, fugaz?
Ha llegado la hora de detenernos, pero no porque repentinamente nos hubiésemos dado cuenta de la rapidez con la que se mueve (o nos mueve) el mundo de hoy. La situación actual nos obliga a reflexionar en la soledad de nuestro hogar, esa soledad que tanto evitamos por el miedo de encontrarnos con nosotros mismos, de afrontar nuestra frívola realidad. Las únicas herramientas palpables que tenemos ante el encierro físico y psicológico que puede resultar desesperante, son las de abrazar (a quien se pueda), querer y comprender. Abrazar tan fuerte, como si nunca hubiésemos abrazado. Dejar el móvil a un lado y preguntar, irónicamente después de años de convivencia: ¿Cómo estás? – Sí. Aunque suene ilógico, hace mucho no preguntamos esto – y darnos cuenta de que hemos sido una víctima más, antes del encierro, de la vil rapidez de los clics y de los “me gusta”, y se nos olvidaron los “me gusta” que más importaban.
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