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El movimiento obrero en América Latina dejó de ser lo que fue; es decir, ya no es un actor revolucionario en busca de nuevos horizontes de liberación, organización política y alternativas utópicas para la sociedad e inéditas propuestas de acción para la economía. La globalización y las permanentes revoluciones tecnológicas redujeron al movimiento obrero y al sindicalismo a una situación de estupor. El movimiento obrero reproduce ahora triviales prácticas políticas que únicamente buscan adaptarse a la institucionalidad democrática sin aspirar a convertirse en el alma de la sociedad civil. Los trabajadores sindicalizados deben contentarse con representar a uno más de los múltiples actores sociales que reivindican justicia social, sin sobrevalorar su consciencia transformadora, ni sus privilegios como clase social esclarecida para romper con el orden político o destruir al Estado.
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