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§2.— Diferencias esenciales entre los dos conflictos
Antes de señalar las coincidencias vamos a recalcar las diferencias, sin duda más
importantes (entre otras cosas para deshacer de entrada cualquier malentendido sobre el
alcance del paralelismo que queremos establecer entre ambas contiendas, en lo que tienen
de justificación jurídica).
La guerra de sucesión es, como su propio nombre indica, una lucha en la cual
cada uno de los dos pretendientes al trono aduce, como fundamento principal de su
pretensión, unos derechos sucesorios, un vínculo de herencia por agnación: los borbones
sostienen su mejor derecho por ser el duque de Anjou bisnieto del penúltimo rey de
España, Felipe IV, mientras que su contrincante, el archiduque Carlos, era bisnieto de
un rey anterior (Felipe III); a lo cual contestaban los austriacistas que la línea sucesoria
borbónica estaba bloqueada por los tratados internacionales, con valor de leyes
fundamentales.
En la guerra de la independencia no se va a dar, ni por asomo, pretensión
sucesoria de ningún género por el bando francés, ya que precisamente se tratará de
entronizar una nueva dinastía, cuyo título de legitimidad no procederá de la herencia sino
de la cesión de la corona por Carlos IV y Fernando VII.
La segunda gran diferencia es la siguiente: en la guerra de sucesión los españoles
mayoritariamente abrazaron la causa francesa (que contó con el respaldo de la amplia
masa de los pueblos de Castilla y Navarra, donde sólo hubo una minoría austriacista
—principalmente de nobles y algunos eclesiásticos); por el contrario, en los reinos
orientales de España la mayoría fue antiborbónica: más en Cataluña, menos en Mallorca,
Valencia y Aragón, pero aduciblemente mayoría en los cuatro casos.
En la guerra de la independencia la abrumadora mayoría —rozando casi la
unanimidad— se decantará en todas las regiones por el lado antifrancés —aunque se
produzcan vacilaciones interesadas en algunos casos, o simplemente resignaciones ante
la fuerza prevalente del invasor, en tal o cual fase del conflicto; el sector adicto a la
causa francesa fue numéricamente insignificante (según el bien conocido aserto del
Diferencias y similitudes entre la guerra de sucesión y la guerra de la independencia 3
propio José Bonaparte), aunque en un primerísimo momento —mayo de 1808— contara
con la adhesión (entusiasta o no) de todas las autoridades eclesiásticas, civiles y
militares, algunas de las cuales mantuvieron esa postura en los años siguientes.
La tercera gran diferencia estriba en que la cultura política y el estado de opinión
de las élites intelectuales y de los sectores de la opinión pública determinaban en 1808
un efecto imposible un siglo antes, a saber: que, desencadenada la agitación popular,
movilizadas las masas, instituidas nuevas autoridades insurreccionales por iniciativa de
esas mismas masas (como sucederá en casi toda España entre fines de mayo y comienzos
de junio de 1808), el resultado tenía que ser, no podía por menos de ser, un proyecto de
reconfiguración política de España sobre la base de los nuevos principios liberales y
constitucionales (que de algún modo también remedó en su norma jurídica el invasor,
aunque reduciéndolos a muy poca cosa y aun eso sobre el papel nada más).
En la guerra de 1702 a 1714 los únicos que podían aspirar a unas libertades eran
los catalano-aragoneses (por su adhesión al sistema de la casa de Austria que les había
permitido mantener esas libertades, esos frenos al absolutismo monárquico). En 1808
estaba en juego la incorporación de España al horizonte de los sistemas constitucionales
y al reconocimiento de un principio de libertad y de gobierno representativo. No porque
eso fuera lo que querían las amplias masas (muchas de las cuales desconocían tales cosas
o tenían ideas deformadas de las mismas), sino por el espíritu de los tiempos, por el
estado latente de la conciencia pública.
La cuarta gran diferencia entre ambas guerras estriba en que, en la primera, los
contendientes eran aspirantes al trono, mientras que en la segunda la situación era
paradójica: el bando francés sí luchaba por imponer en el trono a su pretendiente, pero
éste deducía su título de legitimidad de la concesión que le había hecho aquel a quien
proclamaban como rey los luchadores del campo opuesto; mas ese individuo ni
auspiciaba tal lucha ni manifestaba ninguna pretensión a la corona (sino que, al revés,
felicitaba a Napoleón por sus victorias y vituperaba a los patriotas que luchaban
teóricamente a su favor).
En esa diferencia estriba una quinta, y es que, si ambos bandos en pugna en
1702-1714 estaban férreamente colocados bajo la autoridad de un soberano que ejercía
un poder monárquico tan amplio como le fuera posible (menos para el archiduque, por
no ser la monarquía de los reinos orientales tan absoluta como la de Castilla),
Explicación: