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nicialmente, la Revolución en Francia era un asunto meramente francés, que incluso reduciría la influencia política y económica de Francia en Europa. Los Estados europeos, reacios a intervenir, no emprendieron la guerra contra Francia hasta que no se sintieron amenazados por un expansionismo revolucionario, que ya había incorporado Aviñón y el Condado Venaissin, y amenazaba a los poderes extranjeros que apoyaran a los émigrés1 en sus actividades contrarrevolucionarias. Además, el propio rey Luis XVI de Francia tenía interés en apoyar la guerra para hacer caer al régimen revolucionario, y los girondinos para solventar la crisis y el descontento en la propia Francia. Austria y Prusia se aliaron en la Primera Coalición a las que siguieron las demás potencias europeas. La cañonada de Valmy en septiembre de 1792 supuso un punto de inflexión a partir del cual la nueva república francesa paso a la ofensiva. La Convención instituyó la doctrina de las fronteras naturales de Francia en los Pirineos, el Rin y los Alpes, y la creación de repúblicas hermanas más allá de esos límites para proporcionar a Francia protección y contribución económica.
En septiembre de 1792, los franceses entraron en Saboya, lo que llevaría a su soberano, Víctor Amadeo III de Cerdeña, a incorporarse a la Primera coalición; y el 26 de noviembre la Convención declaró la anexión de Saboya y Niza, pero fracasaron en la conquista de la isla de Cerdeña en enero de 1793 ante la flota inglesa. Desde entonces la situación en Italia llegó prácticamente a un punto muerto, teniendo la Convención puesta sus miras en la frontera a lo largo del Rin. En abril de 1794, los franceses emprendieron una ofensiva para aislar a Piamonte y sus aliados austriacos de la ayuda británica por mar, que resultó en la toma de Oneglia, Ormea, Garessio y Tanarello.2 El golpe de Thermidor en julio de 1794 y la falta de recursos en el ejército terminaron por paralizar la ofensiva.
Italia en 1796, anterior a la campaña francesa de Bonaparte.
El nuevo gobierno francés del Directorio mantuvo la guerra como forma de financiar a Francia, y volvió a poner su atención sobre el norte italiano, tratándolo como una moneda de cambio para obtener ventajas en Renania; pero Austria también tenía interés en la campaña en Italia para aliviar la presión francesa sobre los principados alemanes. En noviembre de 1795, la victoria francesa en Loano había puesto a los austriacos en retirada y dejado expedito el camino a los franceses por la Riviera italiana hasta Savona, aunque la estación invernal impidió aprovecharse de la victoria.3
La nueva campaña francesa de Italia, que aseguró el futuro político de Napoleón Bonaparte, comenzó en marzo de 1796. Más preocupado en derrotar al poder imperial-austriaco que en llevar la revolución por Italia, firmó el armisticio con el rey de Cerdeña en Cherasco el 28 de abril de 1796, ratificado en el tratado París el 15 de mayo, por el cual el rey Víctor Amadeo III renunció a Saboya y Niza, garantizó el control francés a los pasos alpinos y el uso de fortalezas. La victoria de Lodi, el 10 de mayo, puso en retirada a los austriacos de Lombardía y los franceses entraron en Milán, los soberanos de Parma y Módena pidieron un armisticio pagando por su neutralidad.4 Antes de proseguir la persecución a los austriacos, los franceses se aseguraron la retaguardia con el objetivo primordial de conquistar Mantua