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Respuesta:La pandemia del COVID-19 propone varias perspectivas de reflexión pero, la que particularmente me interesa, tiene que ver con la postura ética del testigo entendido en su inminente relacionalidad con un extraño que sufre y que ahora me atraviesa, me permea y me vuelve poroso. Ese testigo somos nosotros, quienes desde los privilegios hemos observado de manera lejana y desde una posición que se piensa como segura y que puede autoinmunizarse.
Hoy, sin embargo, estamos siendo interpelados por una radical vulnerabilidad, aquella que la modernidad ha intentado superar con prevenciones, con los avances de la medicina, el manejo del riesgo o el despliegue de una biopolítica.
Históricamente, el testigo –neutral o con una posición–, puede alejarse de ese extraño que sufre, ser censurado, autocensurarse o pronunciarse frente a un hecho. El pensador italiano Primo Levi, testigo de los campos de exterminio nazi, así como Giorgio Agamben, quien avanzó en lo teorizado por Levi, propone además la idea de la traición del testimonio, de la traición en el mismo intento de traducir o de darle sentido a una experiencia del dolor. Pero hoy, en medio y atravesados por la pandemia del COVID-19, tanto la posición de la distancia como de la misma traición del testimonio, justamente están problematizando lo que nos separa porque aquello que aqueja a un “otro” ya no está lejos de nosotros: nos atraviesa. Pero también, por confirmar la imposibilidad de otorgarle un sentido o una narrativa coherente a esta trastocamiento sublime que necesariamente reconfigura y cuestiona tanto la noción del testigo como el de una modernización que avanza sobre sus certezas, su control y su asepsia.
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