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Juan Manuel
Había nacido como Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rozas el 30 de marzo de 1793. Siendo casi un niño, participó en las invasiones inglesas, pero lo suyo no era lo militar: quería dedicarse a las tareas del campo.
Ganadero y terrateniente
Por problemas con sus progenitores, entregó a su padre la estancia que administraba, se cambió el nombre por el de Juan Manuel de Rosas y comenzó de nuevo, “sin más capital que mi crédito e industria; Encarnación estaba en el mismo caso: nada tenía, ni de sus padres, ni recibió jamás herencia alguna”, recordaría décadas después en una de sus cartas.
Se hizo un hombre de fortuna que, para protegerse de los indígenas armó una unidad militar, conocidos como “los colorados del monte”, que con el tiempo sería el único regimiento disciplinado y mejor armado en la campiña bonaerense.
En la política
Fue en el caótico 1820 que decidió entrar en política. Con sus colorados del monte contribuyó, junto a otros estancieros, a que Martín Rodríguez fuera gobernador bonaerense. Compró más campos y para fines de 1820 ya se había convertido en un clásico conservador federal.
Luego del fusilamiento de Manuel Dorrego en diciembre de 1828, instigado por los unitarios, se desató un descalabro institucional, que desembocaría con Rosas como gobernador de Buenos Aires.
Cuando dejó el gobierno en 1832, encabezó una campaña contra el indio. Muchos fueron derrotados y dominados; se recuperaron tierras y ganado. Con algunos indígenas se negoció, con lo que bajó el número de malones y Rosas se ganaría la amistad y fidelidad de muchos de ellos.
Una profunda interna dentro del partido Federal, trajo nuevamente la inestabilidad política que llevó, en febrero de 1835, al asesinato de Facundo Quiroga -quien hasta último momento insistía en que el país debía tener una Constitución- que desató renuncias y violencia.
Nuevamente, cuando la clase política buscó una solución, las miradas confluyeron en Rosas. Puso como condición a que se le otorgase “la suma del poder público”. Y así asumió el 13 de abril de 1835.
Y otra historia comenzó.
Hizo ejecutar a los asesinos de Dorrego y bajo el lema de “Federación o muerte”, se persiguió a todos los que no fueran federales y aún hasta los que lo eran, pero que no lo demostraban como su líder pretendía.Fue la Sociedad Popular Restauradora la encargada de velar por la fe rosista, donde la primera fanática fue su esposa Encarnación, llamada “la heroína de la Federación”. Ese fanatismo llevaría a la creación de la Mazorca -al mando del temible Ciriaco Cutiño- un grupo paraestatal que asesinaba a los opositores.
El cintillo punzó era de uso obligatorio y los unitarios, que amagaron lucir cintas celestes y blancas, rápidamente debieron tomar el camino del exilio. Porque para 1840 se había desatado una verdadera guerra civil, que siempre terminaría mal para los opositores.
El Restaurador
Rosas era dueño de la caja al manejar los ingresos de la Aduana de Buenos Aires y se encargaba de las relaciones exteriores. Todos los años repetía la misma teatralización ante una legislatura adicta, cuando presentaba su renuncia, la que era rechazada y se ratificaba un nuevo período.
Era el “Restaurador de las Leyes” que debajo de su etiqueta federal, buscaba llegar al equilibrio con la persecución y eliminación de sus adversarios. Benefició a su clase, la terrateniente y su política demoró la normalización institucional del país.
Agresión extranjera
Debió hacer frente a un bloqueo del Río de la Plata por parte de Francia y Gran Bretaña. Las potencias buscaron excusas para imponer su influencia económica en la Confederación Argentina.
El primer bloqueo comenzó en 1838 con Francia y se dirimió a través de un tratado, pero atrás llegó Gran Bretaña, con la imposición de pretender navegar los ríos interiores, como era el Paraná.
A pesar de todo, para 1850 Juan Manuel de Rosas tenía el país controlado. Sería el caudillo entrerriano, Justo José de Urquiza, quien rompería ese equilibrio. Lo terminaría derrocando en la batalla de Caseros el 3 de febrero de 1852.
De nuevo en el país
El 30 de octubre de 1973 la legislatura de la provincia de Buenos Aires derogó la ley que lo condenaba, y le rindió homenaje. Manuel de Anchorena, presidente del comité pro repatriación de sus restos interesó a Juan Domingo Perón –“en la lucha por la liberación, merece ser el arquetipo que nos inspire y que nos guíe”, dijo- y éste lo nombró embajador en Gran Bretaña para llevar adelante el tema.
La muerte del presidente frenó la iniciativa y tanto el gobierno militar como el de Raúl Alfonsín no les interesó ocuparse de los despojos del caudillo.
Pero sí a Carlos Menem, que vio la repatriación como una prenda de unión y reconciliación.
El jueves 21 de septiembre de 1989, por la tarde, sus restos fueron exhumados.
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