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El Paraguay ha sido, desde siempre, como un espejismo que atrae a los buscadores de utopía. Y no ha sido el deslumbramiento del oro o el centelleo de la piedra preciosa, pues el sueño del Dorado temprano se esfumó en la historia de la Provincia Gigante y pobre de las Indias. La denominación de Mar del Paraguay, para designar el Atlántico sur, que se puede leer en las cartas geográficas del 16 y el 17, o la ubicación que hacía el geógrafo León Pinelo del paraíso terrenal en los desiertos chaqueños, son índices, quizás, de lo que se esconde tras las apariencias de la realidad en esa isla rodeada de tierra y de sueño, ese algo que deslumbró y convocó a tantos «utopistas». Ejemplos colectivos hay muchos, desde «el paraíso de Mahoma» a comienzos de la conquista, hasta «el reino de Dios sobre la tierra» de los jesuitas, esa asombrosa empresa comunitaria instaurada por la Compañía durante un siglo y medio. Y más tarde, la llegada de grupos de toda laya y tendencia: anarquistas australianos -entre los que vino el padre de don León Cadogan-; protonazis germanos -entre los que se contaban la hermana y el cuñado de Nietzsche, en el siglo 19-; menonitas ruso-canadienses, desde la tercera década del 20. Los casos personales e ilustres son incontables.
Estos dos volúmenes de Literatura del Paraguay nacen como una especie de prologación de esa búsqueda. —6→ En efecto, la obra se engendra a partir de la contribución que hace Viriato Díaz-Pérez a la Historia Universal de la Literatura, que se publica en 1939, bajo la dirección del crítico italiano Prampolini. Díaz-Pérez, que escribe la primera exposición de síntesis de nuestra literatura, era uno de esos «utopistas» individuales. Dos de los otros coautores de Literatura del Paraguay, Josefina Pla y Raúl Amaral, también pertenecen a la misma especie de paraguayos por elección, de esos que sienten la «utopía» de esta tierra con más intensidad que tantísimos nativos, quizá porque la ciudadanía de aquéllos no es un mero accidente geográfico. Los dos últimos coautores son, el uno, Rodrigo Díaz-Pérez, hijo del maestro Viriato; el otro, Guido Rodríguez Alcalá, nieto de otro «ciudadano electivo», el escritor José Rodríguez Alcalá, argentino de nacimiento.