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El libro perfila las ideas principales que el régimen alemán llevaría a término durante su gobierno. Especialmente prominente es el amor al pueblo alemán de Adolf Hitler, aceptando entre otras teorías Los protocolos de los sabios de Sion. Por ejemplo, denunciaba que el esperanto era parte de un complot judío, y argumenta sobre la idea nacionalista alemana de Drang nach Osten: («Empuje hacia el Este») la necesidad de ganar Lebensraum («espacio vital») hacia el este, especialmente en Rusia.
Hitler empleaba las tesis principales del «peligro judío», que hablaba de una conspiración judía para ganar el liderazgo mundial. Aun así explica muchos detalles de la niñez de Hitler del proceso por el que se volvió cada vez más antisemita y militarista, especialmente durante sus años en Viena. En el segundo capítulo, escribe sobre cómo veía a los judíos en las calles de la ciudad, y entonces se pregunta: «¿Eran aquellos alemanes?».
Por lo que se refiere a las teorías políticas, Adolf Hitler describe su aversión a los que cree son los males gemelos del mundo: el marxismo y el judaísmo, y manifestaba que su propósito era erradicarlos de la Tierra. También anunció que Alemania necesitaba obtener nuevo territorio: Lebensraum. Esta tierra nueva alimentaría el «destino histórico» del pueblo alemán.1
Hitler se presentaba a sí mismo como el Übermensch, frecuentemente traducido como «superhombre», término que empleaba Friedrich Nietzsche en sus escritos, especialmente en el libro Así habló Zaratustra. Para Nietzsche, el Übermensch es una persona capaz de generar su propio sistema de valores identificando como bueno todo lo que procede de su genuina voluntad de poder.
Entre las fuentes utilizadas por Adolf Hitler para escribir Mi lucha, destaca el libro El judío internacional: el primer problema del mundo (1920), del famoso industrial estadounidense Henry Ford, financiero de Hitler y admirador de sus ideas.2 Ford es, precisamente, el único ciudadano de Estados Unidos citado por Hitler en su libro.
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