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Los virus no se consideran organismos por sí mismos, porque necesitan la célula de otro ser vivo para sobrevivir. Cuando penetran en la célula de un animal o un ser humano, se multiplican y expanden la infección por todo su cuerpo.
Aunque parezca un procedimiento complejo, los virus tienen una estructura muy sencilla: un núcleo de material genético que le permite multiplicarse, unas proteínas externas que le permiten engancharse a las células del ser vivo que infecta y una envoltura de grasa protectora.
Aquí es donde entra en juego el jabón: sus moléculas pueden disuelven la membrana de grasa y afectan la estructura del virus, que pierde la capacidad de adherirse a otras células e infectarlas.
Por su composición química, el jabón es más efectivo que otros geles desinfectantes creados a base de alcohol, que no disuelve tan bien la estructura del virus. El agua es el método menos efectivo.
Eso sí, es importante frotar las manos a fondo, durante unos 20 segundos, incluso aquellas partes que no solemos lavarnos: espacio entre los dedos, dorso, uñas y contorno de los dedos.
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