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La acera pronto se llenó de curiosos. Mientras muchos untaban sus pañuelos con su sangre, él era operado por diez galenos en la Clínica Central. Pero su vida no pudo ser salvada. A la 1 y 55 de la tarde, el doctor Yesid Trebert Orozco informó que Gaitán había muerto.
Las emisoras de radio y los indignados transeúntes esparcían a gritos la noticia. Roa Sierra había matado al hijo de un librero y una maestra; al brillante abogado y fogoso político que encarnaba la esperanza del pueblo. Las masas querían venganza.
El barrio La Perseverancia, donde Gaitán era casi un semidiós, se volcó al centro de la ciudad. "Todo el mundo bajaba con machetes, con palas, con azadones. En un abrir y cerrar de ojos los tranvías estuvieron volcados e incendiados", cuenta un habitante de la zona.
La policía intentó proteger a Roa Sierra escondiéndolo en una droguería, pero la turba terminó linchándolo. Con un estilógrafo, el 'Coronel' Ricaurte, un líder gaitanista, le asestó "no sé cuantas puñaladas en el estómago y cerca de la sien".
La turba avanzaba hacia el Capitolio y pedía la cabeza del Presidente. El cuerpo del asesino fue dejado frente a Palacio. Estaba en ropa interior, tenía dos corbatas y un anillo con una calavera sobre dos tibias cruzadas y una herradura. La Guardia Presidencial, "aterrada e indecisa" según el periodista argentino Aníbal Pérez, retrocedía y dejaba el edificio a merced de las piedras que le lanzaban.