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La convivencia siempre nos ha planteado problemas. Y es que aspiramos a un modo deseable de vivir, y aunque la felicidad es un proyecto personal, sólo podemos desarrollarla en sociedad, que es la que nos da protección, cultura, entretenimiento y trabajo. Porque deseamos vivir felices. Y para ello queremos tener derechos y para que tengan un fundamento nos reconocemos como seres dotados de dignidad.
Ahora bien, ¿y dónde están los deberes? Porque si quiero tener derechos, implícitamente estoy aceptando alguna obligación. Pero muchas personas creen que los derechos son valores absolutos que pueden justificar conductas, como si no se tuviera la obligación de asumir las consecuencias de los propios actos. Y eso nos está conduciendo a crear una sociedad de la queja, en la que prima «la culpa la tiene el otro».
Pero esto es un error. Porque si queremos ser valorados y sentirnos valiosos, debemos actuar en función de la responsabilidad con los demás y también con la que nos debemos a nosotros mismos. Si es injusto que los otros me traten de forma indigna, también lo es que yo lo haga conmigo. Si no puedo hacer daño a los demás, tampoco debo hacérmelo a mí mismo. Si no permito que los otros limiten mi libertad, ¿puedo limitarla yo?
«Con mi cuerpo y con mi vida hago lo que me da la gana», frase muy usual en nuestro tiempo. O sea, que si una persona decide embrutecerse con alcohol, drogas, cantidades ingentes de comida o sexo, ¿no supone, acaso, una esclavitud y pérdida de la propia libertad interior, al entrar en un mundo de sumisión a esos hábitos nocivos, además de una terrible carga para la familia y la sociedad?
Por eso, si de verdad queremos ser reconocidos como valiosos, merecedores de ser protegidos y considerados como dotados de dignidad, tenemos que empezar por querernos a nosotros mismos. Porque el grado en que nos amemos va a determinar que comamos bien, durmamos bastante, hagamos ejercicio físico, evitemos hábitos tóxicos, prestemos la debida atención a la familia y los amigos, desarrollemos bien nuestro trabajo, disfrutemos del tiempo libre y, sobre todo, que cultivemos el espíritu. De esta manera, empezaríamos a marcar muy bien las prioridades y a comprender que si queremos que respeten nuestra dignidad, debemos empezar a promocionar valores olvidados, como son el respeto y la lealtad, tan importantes en la convivencia, porque favorecen la relación entre las personas.
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