• Asignatura: Historia
  • Autor: cahuinrobles
  • hace 8 años

como finalizo sus ultimos dias napoleon

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Respuesta dada por: 6083247461
3

Respuesta:

napoleon

Explicación:

perreando con su amada llamada Benito Camelo

Respuesta dada por: paulitamendez77
2

Respuesta:

Sin nada que hacer en todo el día, se entretenía dictando sus recuerdos (el luego famoso Memorial de Santa Elena) a un paciente conde de Las Cases.

Pero él mismo escribía a ratos otra clase de textos, como el de una novela a la que consiguió dar por finalizada y que tituló Clisson et Eugénie, basada en sus amores frustrados con aquella preciosa marsellesa llama da Desirée que acabaría casándose con su amigo Bernadotte.

También en la soledad de su isla-prisión volvió a sus viejas aficiones, como el estudio de las Matemáticas, Historia y Geografía.

Volvió así mismo a la lectura, su otro gran pasatiempo, releyendo los Evangelios, la Odisea y algún volumen del gran Corneille, autor que se sabía casi de memoria. Pero esta especie de vida bucólica relativa cambió drásticamente cuando, en abril de 1816, llegó a su isla-prisión un nuevo gobernador-carcelero, Hudson Lowe.

Obsesionado el nuevo responsable con la posibilidad de que, una vez más, Napoleón se escapara, el militar inglés endureció las condiciones de vida del prisionero, hasta el punto de que este estaba seguro de que Hudson lo estaba envenenando lentamente.

Después aparecerá en su vida, de nuevo, la amada hermana Paulina quien, sin arredrarse, escribirá a lord Liverpool solicitando el traslado de su hermano enfermo a un mejor clima, ya que «si nuestra petición es rechazada —advertía— será para él una sentencia de muerte».

Lo cierto fue que, desde marzo, el enfermo empeoró gravemente. Ante el cariz que tomaba la salud de Bonaparte, además del doctor Antomarchi. le trató el doctor Arnott, médico del 20 Regimiento, aunque ambos se encontraron con la cerrazón del ilustre enfermo a medicarse, pues no hacía más que repetir, fatalista, que «nuestra hora está marcada».

Lo cierto era que el Emperador se moría muy lentamente, tanto si se debía a un hipotético envenenamiento o a causa de una grave enfermedad.

Si se admitía lo segundo, muy grave debía ser el mal ya que el general Bonaparte falleció en Longwood el día 5 de mayo de 1821, coincidiendo su muerte con una jornada infernal en la que durísimos fenómenos atmosféricos se volcaron sobre Santa Elena, sobre todo una horrísona tempestad que pareció sumarse, escandalosamente, al adiós al Emperador de los franceses.

Entre los papeles encontrados al muerto estaba aquella parte de su testamento que hablaba de su deseo de descansar junto al Sena, y en medio del pueblo francés.

En este caso especialísimo, el último deseo del moribundo no seña aceptado, y el gobernador inglés puso el grito en el cielo ante semejante petición. Según éste, los restos de Napoleón habían de permanecer también en aquel islote del diablo.

Convencidos los partidarios de respetar el último deseo de Napoleón de lo inútil de sus súplicas, decidieron buscar un lugar adecuado en aquel islote ingrato digno de recibir los restos del corso.

Algunos recordaron uno de los pocos rincones agradables de la isla de Santa Elena, un escondido rincón del que manaba un agua cristalina que le había aliviado. mientras vivió allí, sus fuertes dolores de estómago. Todos estuvieron de acuerdo, y se procedió a su enterramiento. También le pareció aceptable a Hudson, y en medio de una solemne procesión, el ataúd del Emperador se dirigió al lugar elegido, descansando bajo los sauces.

Hasta 1840 estuvo allí la tumba de Napoleón, dentro de un féretro colocado en dos cajas de madera y aislado del exterior.

Tras la larga pesadilla, no sólo del Imperio sino de las grandes convulsiones de Francia desde 1789, al enterrar a Bonaparte, por fin respiraron tranquilos los monarcas europeos y las familias de la nobleza, no tan convencidos de su muerte real, a pesar de conocer la prisión sin posibilidad de escape en la que se encontraba el odiado advenedizo, sintiendo un latente terror supersticioso de que también del más allá pudiera regresar.

Cuando se corrió la noticia por todo el continente de que, en efecto, estaba muerto y bien muerto, aquellos celebraron el fin del Monstruo, el más suave apelativo con el que se referían en las cancillerías monárquicas al pequeño cadete de Ajaccio que los había hecho, en más de una ocasión, serviles lacayos o humillados aliados. Pero allí estaba el certificado de defunción extendido tras la autopsia y que estaba firmado por Shortt (oficial de sanidad), Arnott (cirujano del Regimiento número 20), Mitchell (cirujano de navío), Burton (médico del regimiento número 66) y Livingstone (cirujano al servicio de la Compañía de Indias). Apenas un mes antes de su muerte, el 15 de abril, había firmado su testamento que, entre otros apartados, decía:

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