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La segunda ventaja nace del mismo contexto en el que funciona Internet: si ya existen muchos usuarios anónimos, entrar en una página de forma anónima permite colocarse al mismo nivel de quienes han optado por esta forma de participación.
Es cierto que hay lugares donde en un debate participan usuarios anónimos, usuarios que escriben desde sus nombres y apellidos verdaderos (al menos en teoría), y quizá algunos que escriben desde nombres falsos.
Por eso no es extraño que algunos participantes sienten cierta desconfianza ante los “anónimos” y privilegian las participaciones firmadas con nombre y apellidos.
Sin embargo, hay que recordarlo, no todas las firmas son verídicas, ni resulta fácil garantizar que un participante posea la identidad que dice poseer. Por lo mismo, el usuario anónimo puede llegar a tener la misma honestidad (o incluso mayor) que quien interviene bajo una firma no verificable.
Y, desde luego, es mucho más honesto que quien usurpa, engañosamente, los datos de una persona concreta.
Una tercera ventaja, que está íntimamente unida a las que acabamos de señalar, consiste en poder participar con una mayor libertad. Lo que se escribe bajo anonimato no está condicionado por la imagen con la que uno suele aparecer (o suele ser juzgado) cuando se mueve ante otros con su nombre y apellidos.
En otras palabras, la máscara del anonimato permite sacar a la luz dimensiones de la propia personalidad y pensamientos que a veces uno no consigue manifestar ante otros en el trato cotidiano.
Esto, desde luego, también tiene sus desventajas. Ya más de alguna vez algún político, bajo su nickname, habrá criticado fuertemente las decisiones del secretario general de su partido, mientras en la “vida real” aplaude servilmente todo lo que propone su jefe de filas.
Sin embargo, este modo hipócrita de comportarse, que generalmente es fuertemente rechazado por muchos, no tiene su origen en el anonimato, sino precisamente en la vida real.
De modo casi paradójico, lo que algunos piensan verdaderamente sale a la luz tras la protección de un pseudónimo, mientras que fuera de tal protección no pocos adoptan posiciones falsas que merecen, esas sí, una adecuada condena por parte de la propia conciencia y de los auténticos amigos.
Tras estas reflexiones, desde luego insuficientes y provisionales, podemos intuir que muchas veces el anonimato tiene sus ventajas, y que un mal uso del mismo tiene sus raíces en la situación personal desde la que cada uno participa en Internet.
En efecto: si la conciencia está ofuscada, si nos dejamos arrastrar por intereses mezquinos, actuaremos mal en Internet, con o sin anonimato.
En cambio, si tenemos la conciencia en paz, si vivimos según principios buenos, si amamos la justicia y la verdad, es posible intervenir correctamente en Internet, sea que usemos nuestro nombre real, sea que optemos por hacerlo con la ayuda del anonimato.