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24-48 HORAS. Sin iluminación en carreteras, calles y ciudades, la contaminación lumínica se acabaría.
DOS DÍAS. Sólo 48 horas después de la desaparición de la Humanidad, los subterráneos de las grandes ciudades del mundo se inundan irremediablemente debido a la interrupción de los sistemas de bombeo de agua.
SIETE DÍAS. La mayoría de las centrales eléctricas tienen sistemas de seguridad que cortan el funcionamiento si detectan que no existe mantenimiento. Así, las centrales térmicas serían las primeras en pararse. En cuanto a las hidroeléctricas, las ramas y desperdicios que recibe una presa podrían obstaculizar la salida de agua y la producción eléctrica. Los aerogeneradores eólicos seguirían funcionando hasta que se quedaran sin lubricante y los paneles solares se volverían inútiles al cubrirse de polvo. Las centrales nucleares entrarían en modo seguro, pero como lo último en dejar de funcionar dentro de su sistema nervioso es el circuito de agua que refrigera el reactor, sin agua que lo enfríe el reactor se fundiría liberando su contenido radiactivo a la atmósfera.
DIEZ DÍAS. Las primeras víctimas son muy familiares: vacas, toros, bueyes, cerdos, gallinas, cabras, ovejas. Después de 10 días, las mascotas encerradas en las casas de sus amos morirían de hambre o de deshidratación. Mil millones de pollos y millones de vacas y otros animales de granja fallecerían producto de la falta de alimentación. Aquellos que logren liberarse se enfrentarán en una lucha sin cuartel por la supervivencia.
TRES MESES. La polución atmosférica (nitrógeno y óxidos de azufre) se va reduciendo.
UN AÑO. Los animales comienzan a regresar lentamente a las inmediaciones de las centrales nucleares incendiadas o derretidas, a medida que desciende la radiación. Los satélites artificiales comienzan a precipitarse sobre la Tierra. El pavimento de las calles se llena de grietas. De ellas emergen plantas y musgos y, tras unos cuantos años, árboles. La falta de riego pondría difícil las cosas a algunos árboles y abriría el camino a otros, como el olmo siberiano, capaz de nacer entre las grietas de los adoquines y en los muros. El ailanto y otras especies arbóreas se expandirán sin necesidad de jardineros.
TRES-DIEZ AÑOS. Por falta de calor, revientan las tuberías de las ciudades de las regiones más frías. Los escapes de gas provocan incendios que sólo podrán apagarse con las lluvias. Los edificios comienzan a crujir: aparecen grietas y las estructuras se vuelven inestables. El proceso destructivo empieza en los techos. Los edificios de los grandes museos puede que duren un poco más, quizá dos siglos, aunque inevitablemente el agua, la humedad y las materias orgánicas son un caldo perfecto para la explosión de las bacterias. Sin las personas que se encargan de su cuidado las obras de arte acaban por desaparecer.
100 AÑOS. Con la desaparición del tráfico de marfil, el medio millón de elefantes sobrevivientes un siglo atrás se ha multiplicado por veinte. Las especies en peligro de extinción mejorarán su población. Un animal doméstico, el gato doméstico, se convertirá en una amenaza para los pequeños depredadores como mapaches y comadrejas.
300-500 AÑOS. Los puentes colgantes y algunas de las grandes obras arquitectónicas terminan por derrumbarse. Las paredes de numerosos diques ya no resisten la falta de mantenimiento y las fugas de agua inundan las ciudades cercanas. La arqueología de las ruinas mayas puede ofrecernos una pista del aspecto que tendrían Madrid o Nueva York con el paso de los siglos