Al Ritmo de los zapatos Cuento.
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Al ritmo de los zapatos
Ángeles Durini
Al principio, iba a ir sólo para acompañar a Mara, no me gustan las fiestas y menos, bailar. Para esas cosas soy tosca como un tronco de árbol.
- Por favor, no me dejes sola –me rogó-, sabés que me pone nerviosa encontrarme con Teo.
- Tengo una idea mucho mejor. Vayamos al cine y así no nos encontramos con Teo ni con nadie.
- Qué graciosa. Yo sí me quiero encontrar con Teo, pero necesito tu compañía. Esta tarde paso por tu casa y te llevo un vestido. Ah, zapatos también, tengo unos de taco bien alto que te van a quedar bárbaro.
- Ni loca me pongo tacos altos.
- Claro que sí.
Esa misma tarde pasó Mara con vestidos de su hermana y de su mamá. Me los hizo probar todos. Ella también se los probó y empezamos a hacernos las modelos y nos matamos de risa. También trajo los zapatos. Eran negros, con un botón al costado, la punta medio redonda, parecían antiguos. Yo no me los quería probar.
- Entonces te los dejo –me dijo-. Caminá un rato todos los días así te acostumbrás.
- Y vos, ¿qué zapatos te vas a poner?
- Unos que son de mi hermana.
- ¿Y estos, son de tu mamá?- me daba vergüenza usar algo que fuera de la mamá, en parte también por eso había elegido uno de los vestidos de la hermana. El rojo, que estaba bastante lindo.
- La verdad es que los saqué de una valija de mi tía abuela.
- ¿Qué?
- Sí. En mi casa hay tres valijas de mi tía abuela. Mi mamá las trajo desde que mi tía abuela se fue a vivir al geriátrico, dijo que no la iban a dejar entrar con todo eso.
- ¿Por qué no usas vos los de tu tía abuela? Mirá si se entera.
- ¡Qué viva! Ojalá los pudiera usar, son mucho más lindos que los de mi hermana… Pero mirá mi pie y mirá el zapato. ¿Adónde querés que me los ponga? Me tendría que rebanar los dedos para que me entraran. Vos, en cambio, tenés pie chico.
Cuando se fue Mara me volví a probar el vestido. Finalmente, me decidí a ponerme los zapatos. Crecí de golpe, estaba altísima. Entonces, abrí la puerta del ropero y me miré en el espejo. Parecía una chica de veinte años. Me sentí feliz y los zapatos me convencieron de que no podía perderme la fiesta. Aguantaría los tacos, ya que no pensaba bailar.
Caminé en ojotas las tres cuadras que separaban mi casa del salón y luego, escondida detrás de un árbol, hice el cambio y guardé las ojotas en la cartera. En la entrada estaba Mara. Apenas me vio, me dijo:
- Estás increíble.
Entramos. Nunca me había pasado sentir que todos se daban vuelta para mirarme. En eso, me vino un impulso que me salía de los pies y me trepaba por las rodillas, de ir corriendo hasta el centro del salón, donde estaba la pista.
- Pará –me gritó Mara-, fijémonos quién está.
Pero lo que yo no podía era parar. Me puse a bailar, la música se me había metido en el cuerpo, me hacía moverme sin que yo lo pensara. Los tacos eran altísimos, pero no me molestaban; al contrario, eran ellos los que dirigían el movimiento. La gente hizo una ronda alrededor de mí y aplaudía. Después de un rato, Mara se metió adentro de la ronda e intentó sacarme de un brazo pero yo seguí bailando.
La gente comenzó a irse y yo continuaba sin poder detenerme. Por allá, estaban Mara y Teo, mirándome asombrados. Entonces, les grité que se acercaran.
- Por favor, sáquenme los zapatos.
Por suerte, vinieron en mi ayuda. Teo me sujetó y Mara se apuró por agacharse y agarrarme un pie y después el otro para sacármelos. Cuando lo logró, yo caí exhausta, casi desmayada.
- Tere, estás desconocida, nunca te vi bailar así, ¿qué te pasó?
- Los pies no me obedecían. Son los zapatos, llevátelos –dije, mientras se me cerraban los ojos. Lo último que escuché antes de quedarme dormida fue la voz de Mara.
- Qué lástima que a mí no me entren. Cómo me gustaría bailar como bailaste vos esta noche.
Al ritmo de los zapatos
Al principio, iba a ir slo para acompaar a Mara, no me gustan las fiestas y menos, bailar. Para esas cosas soy tosca como un tronco de rbol. - Por favor, no me dejes sola me rog-, sabs que me pone nerviosa encontrarme con Teo. - Tengo una idea mucho mejor. Vayamos al cine y as no nos encontramos con Teo ni con nadie. - Qu graciosa. Yo s me quiero encontrar con Teo, pero necesito tu compaa. Esta tarde paso por tu casa y te llevo un vestido. Ah, zapatos tambin, tengo unos de taco bien alto que te van a quedar brbaro. - Ni loca me pongo tacos altos. - Claro que s. Esa misma tarde pas Mara con vestidos de su hermana y de su mam. Me los hizo probar todos. Ella tambin se los prob y empezamos a hacernos las modelos y nos matamos de risa. Tambin trajo los zapatos. Eran negros, con un botn al costado, la punta medio redonda, parecan antiguos. Yo no me los quera probar. - Entonces te los dejo me dijo-. Camin un rato todos los das as te acostumbrs. - Y vos, qu zapatos te vas a poner? - Unos que son de mi hermana. - Y estos, son de tu mam?- me daba vergenza usar algo que fuera de la mam, en parte tambin por eso haba elegido uno de los vestidos de la hermana. El rojo, que estaba bastante lindo. - La verdad es que los saqu de una valija de mi ta abuela. - Qu? - S. En mi casa hay tres valijas de mi ta abuela. Mi mam las trajo desde que mi ta abuela se fue a vivir al geritrico, dijo que no la iban a dejar entrar con todo eso. - Por qu no usas vos los de tu ta abuela? Mir si se entera. - Qu viva! Ojal los pudiera usar, son mucho ms lindos que los de mi hermana Pero mir mi pie y mir el zapato. Adnde quers que me los ponga? Me tendra que rebanar los dedos para que me entraran. Vos, en cambio, tens pie chico. Cuando se fue Mara me volv a probar el vestido. Finalmente, me decid a ponerme los zapatos. Crec de golpe, estaba altsima. Entonces, abr la puerta del ropero y me mir en el espejo. Pareca una chica de veinte aos. Me sent feliz y los zapatos me convencieron de que no poda perderme la fiesta. Aguantara los tacos, ya que no pensaba bailar. Camin en ojotas las tres cuadras que separaban mi casa del saln y luego, escondida detrs de un rbol, hice el cambio y guard las ojotas en la cartera. En la entrada estaba Mara. Apenas me vio, me dijo: - Ests increble. Entramos. Nunca me haba pasado sentir que todos se daban vuelta para mirarme. En eso, me vino un impulso que me sala de los pies y me trepaba por las rodillas, de ir corriendo hasta el centro del saln, donde estaba la pista. - Par me grit Mara-, fijmonos quin est. Pero lo que yo no poda era parar. Me puse a bailar, la msica se me haba metido en el cuerpo, me haca moverme sin que yo lo pensara. Los tacos eran altsimos, pero no me molestaban; al contrario, eran ellos los que dirigan el movimiento. La gente hizo una ronda alrededor de m y aplauda. Despus de un rato, Mara se meti adentro de la ronda e intent sacarme de un brazo pero yo segu bailando. La gente comenz a irse y yo continuaba sin poder detenerme. Por all, estaban Mara y Teo, mirndome asombrados. Entonces, les grit que se acercaran. - Por favor, squenme los zapatos. Por suerte, vinieron en mi ayuda. Teo me sujet y Mara se apur por agacharse y agarrarme un pie y despus el otro para sacrmelos. Cuando lo logr, yo ca exhausta, casi desmayada. - Tere, ests desconocida, nunca te vi bailar as, qu te pas? - Los pies no me obedecan. Son los zapatos, llevtelos dije, mientras se me cerraban los ojos. Lo ltimo que escuch antes de quedarme dormida fue la voz de Mara. - Que lastima que a mi no me entren. Cmo me gustara bailar como bailaste vos esta noche.