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1
Te
agarraba, yacía echada en el césped sobre tí, reposando la cabeza casi a
la mitad de tu cuerpo, y justo es en ese momento cuando me vino aquella
sensación, seguramente patética, a simple vista. Experimentaba
precisamente cómo es sentirse como el agua templada. Como la de la ducha
en los moteles, que la consigues solo por un rato, y lo bien aprovechas
porque sabes que no va a durar apenas. Asocié repentinamente ese
momento al del agua templada, como si el vacío del tiempo y las ganas de
llenarlo se sucedieran en el mismo instante y un proceso homeostático
se diera a cabo al buscar alguna especie de equilibrio. Y ahí es donde
me entraron unas ganas desorbitadas de salir de mi cabeza para besarte, a
tiempo antes de perder la temperatura perfecta.
Seguido parpadeé.
Había
estado tiempo soñando contigo, visualicé millones de letras en cada uno
con la esperanza de que algunas me dieran las palabras para desvivirte,
pero jamás el subconsciente había querido eso, hasta que ese día me
desperté con tu imagen en la retina, y en ese parpadeo me pasaron tres
otoños. En ese paso a la vigilia. De repente, este lado después de todo
no había resultado ser tan oscuro, precisamente aquí lo ví todo claro.
Todo era cuestión de des espera y no de ansia. Todo había tornado: aire y vueltas. Aprendí que aprender a necesitar algo es la antítesis al amor, a cualquier tipo de amor. Y así como de pronto, recordé lo bonita que está tu risa ahí fuera.
Y pensé:
“Tiene que seguir ahí, porque ahí es donde es.
Y yo tengo que seguir aquí, para quererla así.” Este punto era mi homeostasis. Un puente de eterno retorno entre donde se halla tu risa y donde lo hace la mía.
Todo era cuestión de des espera y no de ansia. Todo había tornado: aire y vueltas. Aprendí que aprender a necesitar algo es la antítesis al amor, a cualquier tipo de amor. Y así como de pronto, recordé lo bonita que está tu risa ahí fuera.
Y pensé:
“Tiene que seguir ahí, porque ahí es donde es.
Y yo tengo que seguir aquí, para quererla así.” Este punto era mi homeostasis. Un puente de eterno retorno entre donde se halla tu risa y donde lo hace la mía.
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