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El 9 de Julio de 1853, en la Iglesia Matriz de Catamarca, Fray Mamerto Esquiú pronunciaba su célebre sermón en ocasión de la jura de la Constitución Nacional. Se trata, sin dudas, de una pieza brillante de oratoria, con un profundo contenido.
Esquiú cerraba su sermón con estas palabras: “Obedeced, señores, sin sumisión no hay ley, sin leyes no hay patria, no hay verdadera libertad: existen sólo pasiones, desorden, anarquía, disolución, guerra y males de que Dios libre eternamente a la República Argentina; y concediéndonos vivir en paz, y en orden sobre la tierra, nos dé a todos gozar en el Cielo de la Bienaventuranza”.
La Constitución Nacional promulgada en 1853 es una pieza jurídica notable, surgida de “Las Bases...” de Alberdi. Pero, no es posible dejar de destacar que el Preámbulo no le va en zaga. Digno Preámbulo para tan extraordinaria Constitución.
El destacado jurista Vittorio Emanuele Orlando, uno de los redactores de la Constitución italiana, bebió en las fuentes de nuestra Carta Magna y dijo que su Preámbulo era tan perfecto y grandioso “que parecía escrito por dioses”.
En la Convención Constituyente reunida en Santa Fe en 1853 a instancias del general Justo José de Urquiza, se destacó un joven jurista de 30 años: José Benjamín Gorostiaga. Nacido en Santiago del Estero, se recibió de abogado en 1844 en Buenos Aires. Federal y partidario de Juan Manuel de Rosas, pronto brilló como abogado y periodista.
Elegido convencional constituyente por la provincia de Santiago del Estero, Gorostiaga tuvo una relevante participación, siendo el principal redactor del texto constitucional, su expositor y el gran jurista que fundamentaba y armonizaba los textos.
Toda la parte doctrinaria, es decir el Preámbulo, la distribución de los tres poderes y sus respectivas funciones son de la exclusiva autoría de Gorostiaga.
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