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Respuesta:
La vida nos lleva a todos por el camino de aceptar que no somos omnipotentes. A veces con sacudones y terremotos muy fuertes, otras con pequeños temblores que nos ayudan a reconocer el escaso control que tenemos de nuestra vida y sus circunstancias, y de la de nuestros seres queridos. Cuando esto ocurre nos asustamos, nos enojamos, o nos duele. A veces sentimos una de las tres cosas, otras las tres juntas y otras se van intercalando y turnando adentro nuestro. Con un poco de suerte cuando fuimos chicos tuvimos esa ilusión de omnipotencia, primero fue confianza en el poder de nuestros padres: ellos nos iban a poder salvar y, o, resolver todos nuestros problemas. En la adolescencia pasó a ser nuestra: a mi no me va a pasar, yo sé, yo puedo con los riesgos que conlleva la omnipotencia durante esa etapa de la vida.
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