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Absolutamente todo pueblo o nación contiene un sello cultural que identifica su huella en el mundo. Las tradiciones y las costumbres salvaguardan la identidad que sostiene a cualquier grupo social ante los cambios históricos. En ese patrimonio cultural inmaterial se encuentran las expresiones que permanecen vivas, pero que fueron heredadas por nuestros antepasados. Espectáculos, gastronomía, artesanía, rituales y festivales son algunos de los responsables del apego y del orgullo que las comunidades sienten por su país, generación tras generación.
El Caribe, con su absoluta diversidad cultural, consigue aglutinar una serie de características que parecen borrar las líneas geográficas y las diferencias entre sus países. La indiscutible relación con sus respectivos países colonizadores ha provocado, directa e indirectamente, que cada una de las islas busque preservar su lengua, cultura gastronómica, manifestaciones artísticas y costumbres.
El clima en el archipiélago caribeño podría ser uno de los factores decisivos que ha moldeado en estas islas el crisol de expresiones culturales tales como la música, las costumbres sociales e incluso, la arquitectura. No extraña entonces que se hable de la arquitectura caribeña como una consecuencia del calor tropical, que se establece con varios paralelismos históricos y sociales que brotan de los países colonizadores.
Asimismo, la lengua es parte integral de cualquier cultura y sus manifestaciones configuran el contorno de las tradiciones de un país. Por ejemplo, el créole —que arribó por medio de los esclavos africanos y que se nutre de una combinación léxica africana y europea— ha luchado en distintos foros por evitar su desaparición ante el embate de las lenguas oficiales, como el francés.
Sin embargo, la concienciación ha logrado que dicha lengua criolla penetre las corrientes literarias, el terreno lingüístico y las especializaciones universitarias —en lugares como Martinica— para mantenerla en un estado vibrante entre sus adeptos. El creole francés se ha cultivado en lugares como Haití, Guadalupe, Dominica y Santa Lucía; se conserva vivo mientras se habla con sus particulares variantes vernáculas como elemento distintivo de las tradiciones caribeñas.