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Cuenta la leyenda que un grupo de indígenas shuar no conocía el fuego y no podía cocinar sus alimentos. Comían crudos los zapallos, la yuca, las aves y los pescados. Tampoco podían alumbrar sus casas en las noches oscuras.
Cerca de ellos vivía un hombre llamado Taquea acompañado por su mujer. Ellos eran los únicos que poseían el fuego y se negaban a compartirlo. No dejaban que nadie se acercara a su casa, peor aún a la fogata que permanecía encendida durante el día y la noche. Para evitarlo ellos salían a trabajar a la chacra por turnos.
Un día estaba la esposa de Taquea en las labores del campo, cuando encontró un quinde entre las plantas. El quinde estaba con sus alitas empapadas y no podía volar. Con una vocecita muy débil dijo: por favor ayúdame, estoy mojado y tengo frío. La mujer se conmovió y lo tomó entre sus manos; lo llevó hasta su casa y lo puso junto al fuego para que se secara.
Taque se enfureció porque su mujer compartió el fuego. El quinde al secarse huyó y mientras volaba por la comunidad se percató que el fuego era solo de ellos. Al ver la avaricia de la pareja, el quinde regresó en la noche y aprovechando que estaban dormidos entró sigilosamente, se acercó al fogón, encendió su cola y llevó consigo una parte del fuego. Los esposos se dieron cuenta pero no pudieron detenerlo y enfurecidos se culpaban el uno al otro.
El quinde fue de casa en casa y repartió el fuego entre los habitantes de la zona, desde entonces todos cocinan sus alimentos y por la noche encienden fogatas para conversar.