• Asignatura: Castellano
  • Autor: jhorjan12sanchez12
  • hace 7 años

resumen del capitulo11 de la obra de amalia

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Respuesta dada por: giraldomjsebastian
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Respuesta:

Explicación:Apenas Doña Marcelina estuvo fuera de la sala, cuando Fermín introdujo al hombre del paseo matinal, en el gabinete de su señor.

Con el sombrero en la mano izquierda y la caña de la India en la derecha, entró con paso magistral, poniendo luego sombrero y bastón en una silla, y dirigiéndose a Daniel con la mano estirada.

-Buenos días, mi Daniel querido y estimado. Por ser el día en que más he necesitado hablarte parece que se me han puesto mayores dificultades para conseguirlo, ¡a mí, a tu primer maestro! Pero en fin, ya estoy a tu lado, y, con tu permiso, me siento.

-Sabe usted, señor, que yo me levanto tarde generalmente.

-Siempre tuviste esa costumbre intrínseca, ese instinto innato; más de una vez te puse en penitencia severa por haber faltado a las horas improrrogables de clase.

-Y con todas las penitencias, no logró usted enseñarme a escribir, que es lo peor que pudo sucederme, mi querido señor Don Cándido.

-De lo que yo me lisonjeo mucho.

-¡Es posible! Mil gracias, señor.

-En los treinta y dos años que he ejercido la noble, ardua y delicada tarea de maestro de primeras letras, he observado que sólo los tontos adquieren una forma de escritura hermosa, clara, fácil, limpia, en poquísimo tiempo; y que todos los niños de grandes y brillantes esperanzas, como tú, no aprenden jamás una escritura regular, mediana siquiera.

-Gracias por la lisonja, pero declaro a usted que yo me avendría mucho con tener menos talento y mejor letra.

-Pero eso no obsta a que me tengas cariñoso y sincero afecto, ¿no es verdad?

-Cierto que no, señor; respeto a usted como a todas las personas que dirigieron mi infancia.

-¿Y me prestarías un servicio el día que tuviese necesidad de ti?

-En el acto, si estaba en mi mano. Hábleme usted con franqueza.

-¿Sí?

-Hoy los quebrantos en la fortuna, por ejemplo, son casi generales. Nada más común que los apuros de dinero en épocas como la que atravesamos. Hábleme usted con franqueza -le repitió Daniel, cuya delicadeza había querido ahorrar a su maestro el disgusto de amplificar la situación pública en cuanto al estado de las fortunas, por si acaso era asunto de dinero el que le traía a su casa.

-No, no es dinero metálico, ni en papel moneda lo que necesito; felizmente con mis ahorros junté un pequeño capital de cuya renta vivo pasablemente, cómodamente. Es otra cosa de mayor importancia la que quiero de ti. Hay épocas terribles en la vida. Épocas de calamidad, de trastornos, cuando las revoluciones nos ponen en peligro a inocentes y a culpables. Porque las revoluciones son como las tormentas desatadas, furiosas, que al bajel que toman en alta y procelosa mar lo ponen a pique de zozobrar con todos los hombres que lleva adentro, buenos o malos, judíos o cristianos. Recuerdo un viaje que hice a las Vacas. ¡Qué viaje! Iba con nosotros un padre franciscano. ¡Excelente hombre! Porque mira, Daniel, por más que se diga de los sacerdotes, los hay ejemplares; los hemos tenido aquí mismo que eran un modelo de caridad y de virtud. Hay otros malos, es verdad; pero todo es así en la vida, y...

-Perdone usted, señor, creo que usted se ha distraído de su asunto especial -le dijo Daniel, que conocía prácticamente ser el hombre con quien hablaba uno de aquellos que no acabarían jamás sus digresiones, si no se les cortase el discurso.

-A eso voy.

-Lo mejor de este mundo, señor, es empezar las cosas por el principio y marchar de prisa en línea recta para llegar pronto a donde vamos. Al asunto, pues -insistió Daniel, que a pesar de que solía divertirse algunas veces con la multitud de adjetivos, extravagantes los más, con que amenizaba las digresiones su antiguo maestro de escritura, ese día no tenía su espíritu para juegos, ni tiempo para perder.

-Bien; voy a hablarte como a un hijo tierno, cariñoso, discreto y racional.

-Con lo último, basta, señor; adelante.

-Yo sé bien que tú estás a buenas anclas -prosiguió Don Cándido, en quien los circunloquios formaban, juntos con los adjetivos, el carácter distintivo de su oratoria.

-No entiendo.

-Quiero decir que tus relaciones encumbradas, tus amigos distinguidos, tus lazos estrechos y continuamente rozados por el trato frecuente,

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