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Sus ojitos brillantes, su sonrisa abierta;
caritas con mugre, llevando hambre a cuestas.
Nadie ve sus lágrimas, nadie siente pena;
es fácil volver la cara, es fácil no ver miseria.
Sus cuerpos sirven de escudo, las armas son sus juguetes;
la inocencia y la infancia se esfumaron de repente.
En la calle acurrucados, sin cariño ni calor;
sólo las estrellas cantan dulces arrullos de amor.
En el frío de la noche se despierta su soñar
con los brazos de una madre que nunca podrán gozar.
Unos cartones con alma les brindarán su regazo,
esos cartones se apiadan de unos niños sin amparo.
De esto daremos cuenta, delante del Creador.
Veremos que excusa inventamos...
que pueda creérsela Dios.
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