resumen de el mirador de mariana enriquez
Respuestas
Respuesta:
NO LO SE RIK
Explicación:
—¿Qué pasa, Marcela?
—¿No lo ves?
—A quién.
—A él. ¡A él! ¡Ahí en el inodoro! ¿No lo ves?
Me miraba ansiosa y asustada, pero no confundida: estaba viendo algo. Pero no había nada sobre el inodoro, salvo la tapa destartalada y la cadena, que estaba demasiado quieta, anormalmente quieta.
—No, no veo nada, no hay nada —le dije.
Desconcertada por un momento, me agarró del brazo. Nunca antes me había tocado. Miré su mano: todavía no le habían crecido las uñas o, a lo mejor, se arrancaba lo poco que crecía. Se veían sólo las cutículas, ensangrentadas.
—¿No? ¿No? —Y mirando el inodoro otra vez—: Sí que está. Está ahí. Hablale, decile algo.
Tuve miedo de que la cadena empezara a balancearse, pero seguía quieta. Marcela parecía escuchar, mirando atentamente el inodoro. Noté que casi no le quedaban pestañas tampoco. Se las había estado arrancando. Pronto empezaría con las cejas, imaginé.
—¿No lo escuchás?
—No.
—¡Pero te dijo algo!
—Qué dijo, contame.
an todo haciéndose shhh entre ellas), Marcela estaba a punto de mostrarnos qué la obligaba a hacer el engominado. Pero la aparición de la profesora la confundió. Se sentó en el piso, con los ojos sin pestañas que no parpadeaban mientras decía que no.
Marcela nunca volvió a la escuela.
Yo decidí visitarla. No fue difícil conseguir su dirección. Aunque su casa quedaba en un barrio al que nunca había ido, me resultó fácil llegar. Toqué el timbre temblando: en el colectivo había preparado la explicación de mi visita que iba a darles a sus padres, pero ahora me parecía estúpida, ridícula, forzada.
Me quedé muda cuando Marcela abrió la puerta, no solamente por la sorpresa de que ella atendiera el timbre —la había imaginado en cama, drogada—, sino también porque se la veía muy distinta, con una gorra de lana que le cubría la cabeza seguro ya casi pelada, un jean y un pulóver de tamaño normal. Salvo por las pestañas, que no habían crecido, parecía una chica sana, común.
No me invitó a pasar. Salió, cerró la puerta y quedamos las dos en la calle. Hacía frío; ella se abrazaba el cuerpo con los brazos, a mí me ardían las orejas.
—No tendrías que haber venido —dijo.
—Quiero saber.
—¿Qué querés saber? No vuelvo más a la escuela, se terminó, olvidate de todo.
—Quiero sa