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Ciencias morales —la novela que obtuviera en noviembre de 2007 el Premio Herralde— ha iluminado con reflectores en
todo el mundo hispánico el nombre de Martín Kohan. Sin embargo, es preciso recordar que la producción de este autor
ha sido, hasta el momento, harto cuantiosa. Ha publicado seis novelas: La pérdida de Laura (1993), El informe (1997),
Los cautivos (2000), Dos veces junio (2002), Segundos afuera (2005), Museo de la revolución (2006); dos libros de
cuentos: Muero contento (1994), Una pena extraordinaria (1998); y tres libros de ensayos: Imágenes de vida, relatos
de muerte (1998), Zona urbana. Ensayos de lectura sobre Walter Benjamin (2004) y Narrar a San Martín (2005). Visto
en perspectiva, el conjunto heterogéneo de estos textos pareciera, no obstante, estar recorrido por una misma
preocupación. A partir de una lectura atenta de la novela Segundos afuera esa preocupación que, con variaciones,
articula estos textos podría quizá resumirse en la siguiente pregunta: ¿Cómo conciliar narrativamente los nodos
conceptuales pertenecientes a la “alta cultura” junto a los grandes fenómenos de identificación y movilización de
“masas”? Subrayemos que lo masivo, aquello que luego cristaliza significados en el “mito”, es para este autor altamente
atractivo —ya sea como problema a razonar en los ensayos (“Eva Perón”, “San Martín, el padre de la patria”) o como
eje temático a abordar en las ficciones (fútbol y deportes, la heroicidad, la praxis revolucionaria en una coyuntura
política dada, etc.)—.
El hecho de que Martín Kohan comenzara su periplo narrativo publicando en la colección “Novela Histórica” de la
Editorial Sudamericana durante los años noventa no es un dato menor. Si bien, en sus comienzos, abordar dicha
preocupación con los artificios formales que le ofrecía el género le permitió desentenderse de la certeza de que ya el
Pop Art, a mitad del siglo XX, había ensayado algunas respuestas estéticas a esa misma inquietud —respuestas que se
actualizaron, por ejemplo, muy cabalmente en la obra de Manuel Puig—, también le imprimió temprana e
irrevocablemente a su escritura cierta “pedagogía en las formas” que se ha convertido incluso, al momento, en su
marca autoral. Asentada sobre una premisa básica (el “saber” existe y debe ser “impartido” a fin de que las esferas de
la “alta” y la “baja” cultura se conecten o relacionen), esta “pedagogía…” se nutre de una serie de artificios formales
que, en los albores del siglo XXI, resultan ciertamente anacrónicos.
En este sentido, es esclarecedor observar cómo los extensos diálogos entre Ledesma y Verani (un periodista de cultura
y otro de la sección deportes, respectivamente) diseñan en Segundos afuera aquella relación maestro/alumno presente
en casi todos sus textos. Veamos un diálogo cualquiera:
—Pero si yo ahora le digo folklórico, usted no vaya a imaginarse que estamos hablando de un Cafrune.
—Claro que no.
—Le digo porque usted se embala y me pierde de vista que estamos hablando de un músico exquisito, de un músico de
vanguardia; usted me hace un menjunje de todo y se piensa que da lo mismo una sinfonía de Mahler que una zamba o una
cueca.
—Usted dijo folklore, yo no.
—Se lo digo para que usted entienda, Verani, pero usted no entiende.
—Puede ser que yo no entienda, no se lo voy a negar. Pero usted reconozca que no lo está explicando bien (23).
Uno, Ledesma, defiende a lo largo de toda la novela la música de Mahler, de Strauss, los valores de la “alta cultura”; el
otro, Verani, especie de bruto devenido periodista que se emociona con las multitudes y el deporte, opone escasos
argumentos y escucha paciente las lecciones en los extensos diálogos que ambos mantienen. En este sentido, el mundo
del deporte es el polo del opuesto del deber y la cultura, es “lo real en sí”, lo que acontece y oficia de escenario y, a su
vez, marco feroz. En Dos veces junio, por ejemplo, el mundial del ´78 es el atroz telón de fondo donde se desarrolla la
oscura trama de represión, torturas, complicidad y muerte que rodea al narrador protagonista. Allí, puntualmente, el
ámbito escolar se fusiona con el del ejército para que el soldado conscripto que hace de chofer de sus superiores pueda
iniciarse como pasivo aprendiz del horror. Más que cualquier otra novela, Dos veces junio evidencia gráficamente que
los personajes de Kohan suelen asumir mansamente el “saber” impartido desde las instituciones aunque eso los
convierta, de buenas a primeras, en testigos privilegiados de la más extrema abyección.
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Explicación: todo xdxd