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Hablar de Chambacú significa, actualmente, dirigir la mirada hacia un terreno baldío en el que, de vez en cuando, se realizan ciertos eventos culturales. Sobre todo para quienes no conocieron o nunca han escuchado hablar de lo que existió en ese sitio, Chambacú es un lugar desértico, gobernado sólo por el polvo o el infinito barro cuando llueve. Sin embargo, para el año 1970, como nos explica Orlando Deávila (2008), Chambacú era un tugurio conformado por más de 1300 familias, casi en su totalidad afrodescendientes, que se instalaron allí en búsqueda de un espacio donde vivir, pero para el gobierno y los medios de comunicación, Chambacú era un obstáculo para la “buena imagen” que se quería proyectar de la ciudad a los turistas, ya que se encontraba ubicado a poca distancia del centro amurallado, destino específico del turismo en Cartagena. Por esto, los habitantes de Chambacú, en 1971, son trasladados a distintos barrios de la ciudad para que los visitantes de la misma no vieran la otra cara que le pertenece.
En Chambacú, corral de negros (1962) de Manuel Zapata Olivella, podemos observar muy claramente, una exposición narrativa y un trabajo estético de esta problemática, pero el propósito que se percibe de entrada es la subversión de esa imagen negativa y despectiva que siempre se ha tenido de sus habitantes. En esta medida, Zapata Olivella nos muestra la historia desde el otro punto de vista, la perspectiva de los negros que vivieron el rechazo, el maltrato, el abandono y el desplazamiento por parte del gobierno: Chambacú no visto como un problema, “El problema de Chambacú” (Deávila, 2008, p.39), sino visto como una población que día a día luchaba por sobrevivir y por encarar la muerte.
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