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Perséfone, hija de Zeus y de Deméter en la mitología griega, fue raptada por Hades, dios de los infiernos. Por mucho que se resistió, nada pudo hacer para contener los deshonestos deseos del barbudo dios.
La pobre chica se vio obligada a vivir con su secuestrador (Demeter la buscó por todos los confines del mundo, Zeus no tanto…) y al final, desarrollando un síndrome de Estocolmo, accedió a casarse con él.
Pero la madre no cesó en su intento y al final fue a buscar a su hija al mismo infierno, donde exigió a Hades que se la devolviera.
Ya que sin la diosa, las flores se negaban a crecer, Zeus también se puso duro. Hades no tuvo más remedio que ceder y se llegó a un acuerdo:
Perséfone pasaría medio año con él en el mundo de los muertos, y el otro medio con su madre, bajo el sol.
Es por ello que la mitad del año todo florece y llega la primavera, y la otra mitad vuelve con Hades, haciendo llorar a su madre. (Si amigos… la lluvia viene de ahí.)
Bernini representa este tema mitológico como excusa, por un lado para mostrar desnudos, y por otro para trabajar en el concepto que más le gustaba: el movimiento. No olvidemos que estamos en pleno barroco y la moda era mostrar dinamismo y agitación.
No hay ni que decir que el artista consiguió ambos objetivos: con ese asombroso contraposto retorcido consiguió convertir el mármol en carne y a la vez que las figuras parecieran estar vivas, congeladas por un instante en pleno frenesí de la lucha.