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Siglo XIX: El mundo se convierte en un pueblo
La comunicación, los viajes y la distribución de alimentos se aceleraron con la llegada de los trenes, los buques a vapor y el teléfono.
Nuestra imagen perdurable del siglo XIX es, sin dudas, la del tren a vapor. Y es apropiado que así sea, porque el transporte a vapor cambió el mundo.
El tren a vapor es considerado un símbolo del siglo XIX.
Cuando los trenes y barcos a vapor conectaron pueblos y ciudades permitieron la especialización de comercios, economías de escala y la producción en masa de productos básicos.
También facilitaron la distribución de alimentos. Si bien las hambrunas habían sido una característica habitual de la vida europea a través de los siglos, los países conectados por ferrocarril dejaron de sufrir en tiempos de paz.
Los horizontes individuales se ampliaron. Los ferrocarriles permitieron a las personas viajar largas distancias, tercera clase, a centavo por kilómetro y medio.
A finales de siglo la bicicleta aumentó aún más esta libertad, especialmente si las personas llevaban sus bicicletas con ellas en un tren, lo que les permitió viajar como nunca antes.
En términos de discriminación de información, el siglo XIX vio un cambio aún más fundamental. En 1800, la velocidad más rápida a la que se podía enviar un mensaje de larga distancia era de unos 12 km/h (lo que se tardaba en cabalgar de una ciudad a otra).
Para 1900 podías enviar un mensaje de manera instantánea por teléfono e incluso comunicarte directamente con Australia, a través del telégrafo.
Pensamos en nuestra propia época como una dominada por la comunicación, pero los mayores cambios se observaron en el siglo XIX, cuando la velocidad de la información se aceleró desde el ritmo de un jinete a la velocidad de un pulso eléctrico.