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Son pocos los días del año en los que la temperatura durante la noche es la idónea para dormir. En verano podemos pasarnos horas dando vueltas sobre el colchón como si intentásemos buscar el punto más fresco de la cama. En invierno, las sábanas parecen haber estado manteniendo el frío a la espera de que lleguemos por la noche para que no nos quede otra opción que hacer un bolillo de nuestro cuerpo con la intención de mantener el calor corporal. Si además compartimos cama, podemos tener casi por garantizado que no nos pondremos de acuerdo con la otra persona sobre las características perfectas: siempre sobra alguna manta para alguno y falta para otro.
Pegar ojo así es todo un reto y no se trata únicamente de una percepción personal, es algo demostrado por la ciencia: una temperatura inadecuada fastidia el sueño. Así lo demostró una investigación llevada a cabo por el Centro de Investigación de la Universidad Tohoku Fukushi en Japón, que concluyó que "el entorno térmico es uno de los factores más importantes que pueden afectar el sueño". Tanto los grados de más como los de menos pueden aumentar la vigilia y disminuir el tiempo de las distintas fases del sueño.
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