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Durante los cuatro años de guerra, ellas habían desempeñado muy bien los papeles antes privativos de los hombres y ya no querían retroceder. Para asumir sus nuevas conductas abandonó los flecos de seda, se deshizo de la molesta lencería, se sacó los sombreros llenos de complicaciones y el vestido de calle largo, que al comienzo de la guerra se estaba imponiendo entubado en los tobillos que casi no permitía caminar. Madame Coco Chanel y Jean Patou lanzaron a la moda la camisa y la corbata masculinas alrededor de 1925. Muchos hombres miraban atontados después de su larga ausencia a sus esposas irreconocibles bajo el pijama, con el pelo tan demasiado corte en la nuca y esas actitudes tan desenvueltas.
Francois Boucher, en su libro Historia del Traje, señala que la alta costura perdió mucha influencia en la década del veinte y que se cerraron muchas casas como Doucet, Poiret y Drecoll, al paso que se abrieron otras valientes dispuestas a «reanimar el prestigio de la elegancia» como la de Jean Lanvin, madame Gerber y madame Channel. El color también fue un arma para despedirse del pasado, del blanco y negro de la guerra, de los lutos deprimentes. Los colores violentos, los «colores sólidos» de Paul de Poiret dieron la nota estimulante, especialmente en pañuelos, echarpes y trajes de noche. La preocupación obsesiva era tener «chic», verse «chic», ser «chic».
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