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ás allá de ser literatura, La vorágine puede leerse como una guía de viaje. Y la prosa poética de José Eustasio Rivera es la fiel acompañante, pues describe con delicada exactitud los llanos y la selva. Gracias a su consciencia del entorno, en palabras de este autor la región amazónica aumenta su estruendo, es una ruta impactante.
Inicialmente, Arturo y Alicia –amantes que huyen de la presión social y de las imposiciones familiares– se encuentran vacíos en la ciudad de Bogotá. Hay quienes observan en clave simbólica una desolación de la idea de civilización: vencida, solitaria. Y después de huir, Don Rafo, uno de los primeros personajes, despide de la cordillera a los viajeros y a los lectores: en adelante “solo quedan llanos, llanos y llanos”.
Al ir avanzando es sorprendente encontrarse de frente con el paisaje. La noción de soledad se quiebra, pues la naturaleza acompaña la aventura y las tribulaciones de la narración; acompaña la madrugada, el día, la noche, como en el siguiente fragmento del comienzo de la obra, cuando la pareja avanza hacia el Casanare:
[…] Y la aurora surgió ante nosotros: sin que advirtiéramos el momento preciso, empezó a flotar sobre los pajonales un vapor sonrosado que ondulaba en la atmósfera como ligera muselina. Las estrellas se adormecieron, y en la lontananza de ópalo, al nivel de la tierra, apareció un celaje de incendio, una pincelada violenta, un coágulo de rubí. Bajo la gloria del alba hendieron el aire los patos chillones, las garzas morosas como copos flotantes, los loros esmeraldinos de tembloroso vuelo, las guacamayas multicolores. Y en todas partes, del pajonal y del espacio, del estero y de la palmera, nacía un hálito jubiloso que era vida, era acento, claridad y palpitación. Mientras tanto, en el arrebol que abría su palio inconmensurable, dardeó el primer destello solar, y, lentamente, el astro, inmenso como cúpula, ante el asombro del toro y la fiera, rodó por las llanuras, enrojeciéndose antes de ascender al azul.
Sabemos que para José Eustasio Rivera, esta historia y este destino cruel que recrea en los hombres y las mujeres que cohabitan La vorágine, son producto de una mera imitación de sus vivencias; imaginamos que Arturo, Alicia, Don Rafo, Barrera, Griselda y Zoraida Ayram hacen en realidad parte del territorio. Y no puede ser para menos, pues ese territorio, incluida la naturaleza inmensa que estamos reseñando, necesita de sus propias semillas para ser tratadas al estilo de Saturno, el dios romano que devora a sus hijos; esto, como un destino elemental de la naturaleza humana.
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